SE NECESITAN INTERCESORES. Bosquejos Biblicos para Predicar Isaías 59:1-16
«He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha endurecido su oído para oír» (v. 1). Por ello, «se maravilló de que no hubiera quien intercediese» (v. 16). El lenguaje es humano, pero el sentimiento expresado es misteriosamente divino. Hablando a la manera de los hombres, se asombró de que no hubiera intercesor.
I. Porque había una gran necesidad de los tales. Las iniquidades del pueblo lo había separado de Dios (v. 2). Estaban esperando luz, y he aquí tinieblas (v. 9). Iban a tientas como los ciegos, y tropezaban a plena luz del mediodía (v. 10). Sus pecados testificaban contra ellos (v. 12), y la verdad estaba caída en la plaza (v. 14). Pero nadie sentía de manera suficiente el dolor y pecado de toda la situación como para darse a sí mismos a una oración intercesora a Dios. Fue muy diferente con Moisés (Éx. 32:32) y con Pablo (Ro. 10:1). ¿Acaso la presente condición de la Iglesia, en su obra y en su vida, no demanda intercesión? Que no tenga el Señor que asombrarse también:
II. Debido al aliento dado a los intercesores. «He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha endurecido su oído para oír» (v. 1). Aquel que nos ha librado, ¿no librará aún? (2 Co. 1:10). ¿No ha puesto Él acaso una puerta abierta delante de cada intercesor? Cada intercesor tiene el aliento del Hijo de Dios que «vive siempre para interceder por [nosotros]» (He. 7:25), y también del Espíritu de Dios, que «intercede por nosotros con gemidos indecibles» (Ro. 8:26). Ahora, «los que hacéis que Jehová recuerde, no reposéis» (Is. 62:6). Él es Galardonador de los que diligentemente le buscan (He. 11:6).
III. Debido a las posibilidades al alcance de un intercesor. Si el Señor pudiera haber hallado un intercesor, ¡qué victoria habría sido la suya! Aarón se convirtió en un intercesor apasionado cuando corrió y «se puso entre los muertos y los vivos; y cesó la mortandad» (Nm. 16:48). Se hizo oración sin cesar por Pedro, y fue libertado de la cárcel (Hch. 12:5).
Recordarás de qué forma la viuda logró su victoria sobre la injusticia de un juez, «¿y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? … Os digo que pronto les hará justicia » (Lc. 18:1-8). Nosotros, que somos un reino y sacerdotes para Dios (Ap. 5:10), ofrezcamos este sacrificio continuo delante de Él, para la honra de su Nombre, la salvación del pecador, y para la santificación del santo.
