Paciencia (en hebreo, erek). En el Antiguo Testamento es la capacidad de soportar el sufrimiento y el mal (Job; Proverbios 25:15; cf. 15:18; 16:32), pero, más profundamente, designa la naturaleza del gobierno divino (Éxodo 34:6; Números 14:18; Salmos 86:15; 103:8; Joel 2:13). Dios es paciente incluso con quienes merecen castigo (Oseas 11:8; 2 Pedro 3:9), y les ofrece una nueva oportunidad (Romanos 9:22; Lucas 13:1–9, 34) y tiempo para arrepentirse (Romanos 2:14ss; 2 Pedro 3:9).
Los cristianos deben reflejar la paciencia divina (Mateo 18:26, 29; 1 Corintios 13:4, 7; Gálatas 5:22; Efesios 4:2).
En la relación con los demás (makrothymı́a) deben poseer la firmeza para no dejarse provocar ni reaccionar con ira. Con respecto a las circunstancias adversas o de prueba, la paciencia (hypomoné) consiste en esperar persistentemente y mantener la fidelidad (Romanos 5:3; 1 Corintios 13:7; Santiago 1:3; Apocalipsis 13:10). No es simple resignación, sino firmeza varonil (1 Tesalonicenses 1:3; Hebreos 12:1–3). Cristo es modelo de paciencia, y esta, finalmente, es un don de Dios (Romanos 15:5; 2 Tesalonicenses 3:5) garantizado por la victoria de la cruz.
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