Primicias

Primicias
Clase especial de sacrificios incruentos, que comprendía también los primogénitos del ganado, y cuya presentación ya se conocía en los tiempos más remotos (Gn 4.3ss). Al ofrendar a Dios las primicias y lo mejor de los frutos, se le reconocía como el Señor, dueño y dador de los frutos del campo; todo se debe a su bendición. Habiendo consagrado las primicias a Dios, el hombre podía disfrutar con limpia conciencia del resto de los bienes.

El ofrecimiento de las primicias fue regulado por la Ley Mosaica. Esta hizo de la ofrenda espontánea una obligación religiosa que debía cumplirse frente al santuario y sus ministros, y distinguió entre las primicias solemnes, traídas por la nación como un todo, y las que cada individuo debía dedicar al Señor.

Había dos formas y oportunidades para la ofrenda solemne. La primera consistía en presentar delante del Señor una gavilla de cebada, mecida y acompañada por una ofrenda de dos décimas de efa de flor de harina amasada con aceite, y una libación de vino. Se ofrecía el 16 de → nisán, el segundo día de la Fiesta de los Panes sin Levadura, para iniciar la siega (Éx 23.19Lv 23.9–14Nm 28.16s).

Siete semanas después se celebraba la verdadera y suprema Fiesta de las Primicias, el → pentecostés israelita, llamada también la Fiesta de las Semanas. Con ella se terminaba la primera cosecha del año y la recolección de los frutos. Juntamente con dos «panes de las primicias», «mecidos delante de Jehová», se ofrecían siete corderos, un becerco, dos carneros y un macho cabrío (Lv 23.15–20).

Además de estas primicias oficiales al principio y al fin de la primera cosecha, cada israelita debía llevar individualmente una canasta de todos los frutos (Dt 26.2s), aceite, mosto y trigo, todo de lo más escogido (Nm 18.12–19). Se incluían los primogénitos de los animales, para recordar que el Señor los había librado de la esclavitud en Egipto y les había regalado un rico país. Tales primicias, como también los diezmos, constituían las entradas más considerables de los → sacerdotes y → levitas.

En sentido figurado, Israel debía considerarse las primicias de Dios entre los pueblos, calidad que después habrían de heredar los cristianos como el nuevo pueblo de Dios. San Pablo afirma que Cristo ha resucitado como «primicias de los que durmieron», porque Él es el primero que ha vencido la muerte, y porque será la causa de la resurrección universal al fin de los tiempos (1 Co 15.20).

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