Santificar. Término que traduce en nuestras Biblias el hebreo qadash y el griego hagiazo. El significado se vincula a las dos ideas dominantes del concepto de lo santo: lo que es apartado, separado o consagrado a Dios y la transformación ética y religiosa que corresponde a quienes entran en esa relación con Él.
Dios es santo en majestad, trascendencia, misterio, separado del hombre y del pecado. Santificar a Dios es reconocerlo en su → santidad (Isaías 8:13; 29:23). Se le santifica reconociendo y usando adecuadamente las cosas que Él ha señalado (por ejemplo, día de reposo, Génesis 2:3; altar, Éxodo 29:37; tabernáculo, Éxodo 29:44; etc.), y honrando las personas o pueblo que Él ha elegido (por ejemplo, → pueblo, Éxodo 19:14; → sacerdotes, Éxodo 28:41).
A menudo la idea dominante es de limpieza o → purificación ritual. Pero santificar a Dios requiere una actitud interior y una conducta que corresponde a la santidad de Dios (Isaías 1:4, 11; 8:13). Dios santifica su propio nombre al cumplir ante los pueblos su propósito (Ezequiel 36:23; Isaías 29:23).
En el Nuevo Testamento hallamos un uso doble y complementario del concepto de santificar y santificación. La idea de consagrar enteramente a Dios sigue empleándose (Mateo 23:17, 19). Pero el sumo sacrificio es Jesucristo (Juan 17:19) que se santifica a sí mismo y a los suyos (Hebreos 13:12; Juan 17:17).
En Hebreos leemos que Jesucristo a su vez santifica a los suyos, separándolos y adquiriéndolos para Dios por su muerte y capacitándolos para un culto nuevo y espiritual por medio de Él y para una nueva vida de santidad (Hebreos 2:17; 9:13ss; 13:12–16). La → santificación es a la vez algo que Jesucristo adquirió para siempre para el creyente y un llamado a la santidad (Hebreos 10:10, 14; 12:14).
El mismo carácter doble advertimos en los escritos de Pablo. Jesucristo ha santificado a los creyentes por su obra y son por lo tanto santos (1 Corintios 1:2; 1 Pedro 1:2; 1 Corintios 7:14). Por otra parte, la voluntad de Dios es nuestra santificación (1 Tesalonicenses 4:3), es decir, que seamos conformados a la imagen de Cristo (2 Corintios 3:17, 18).
Esto demanda un esfuerzo del creyente (2 Corintios 7:1; Hebreos 12:13; 1 Juan 3:3) en una lucha permanente (Romanos 7; Gálatas 5:16–26); pero debe ser reconocida como obra de Dios (1 Tesalonicenses 5:23, 24), quien la perfeccionará.