Venganza. La Ley del Antiguo Testamento refrendó la represalia, la ley del talión (Lv 24.17–21). Hay venganzas justas (Jue 15.7; 16.28; 1 R 18.25; Jos 10.13; Pr 6.34), mientras otras son excesivas e incluso totalmente injustas (Gn 34.27; 2 R 3.27; Jer 20.10; Ez 25.12; Est 8.3).
Por otra parte, Dios reclama para sí el derecho de venganza (Dt 32.35; Ro 12.19; Heb 10.30), y el justo pone en manos de Dios su «causa», y espera y pide la venganza divina sobre sus enemigos (Jer 11.20; → en SALMOS, Salmos imprecatorios).
Si bien Dios puede dilatar el castigo, el día de la venganza del Señor llegará (Is 34.8; 61.2; 63.4; Jer 46.10; 51.6), no solo para los enemigos de su pueblo, sino también para los pecadores de su pueblo (→ IRA DE DIOS). Los maestros de la Ley, basándose en Dt 32.35, prohibían la venganza personal entre israelitas, pero no así con los no israelitas (Lv 19.18).
En el Nuevo Testamento la palabra venganza tiene dos sentidos: uno punitivo, como en el Antiguo Testamento, con referencia a la → RETRIBUCIÓN divina (2 Ts 1.8; Heb 7.24); y otro judicial (2 Co 7.11), es decir, el ejercicio jurídico de la → JUSTICIA, la acción legal. Este sentido judicial se halla sobre todo en el helenista Lucas.
Jesús abolió la ley del talión y mandó a sus discípulos que perdonaran a sus enemigos, que soportaran las injusticias, que no se vengaran (Mt 5.38–48; Lc 6.27–36). Los cristianos, por tanto, no solo deben abstenerse de la venganza, sino que deben devolver bien por mal (Ro 12.19ss). El juicio divino hace las veces de la venganza (Lc 18.7s), si bien se dilata a veces hasta el último día (Ap 6.10; 19.2).