Vergüenza. Perturbación del ánimo que se manifiesta por primera vez en las Escrituras en relación con la desnudez física.
En su inocencia Adán y Eva «no se avergonzaban», pese a no estar vestidos; ya pecadores, se escondieron de Dios. «Tuve miedo porque estaba desnudo, y me escondí», se excusó Adán (Gn 2.25; 3.10, 11).
La vergüenza solo se conoce en el estado de pecado. Los hombres y las mujeres se sentían lastimados en su honor o pudor por la falta del vestido que indicaba, especialmente entre los orientales, su posición social de honor.
Los ejércitos triunfantes solían despojar a los cautivos de su vestimenta, de modo que la vergüenza del estado físico se sumaba a la de la derrota y la pérdida de su honra (2 S 10.4, 5; Is 20.4; 47.3).
Delante de Dios lo que avergüenza al hombre es el no estar vestido de → JUSTICIA, o sea, el ser pecador en sus múltiples formas.
La vergüenza de las naciones consistía principalmente en la locura de la idolatría, bien que las variadas traducciones de la RV («ignominia», «afrenta», «oprobio», etc.) oscurecen el sentido de los vocablos básicos hebreos (Ez 36.6, 7; Jer 11.13).
Cuando Israel iba en pos de los ídolos, participaba en la vergüenza moral que desemboca en la vergüenza de la derrota (Os 4.7; 9.10). Toda suerte de malicia, orgullo y locura avergüenza, según los vocablos hebreos de Pr 3.35; 11.2; 13.5.
En el Nuevo Testamento continúa el uso figurativo de la vergüenza de la desnudez (Ap 3.18; 16.6). La pérdida de prestigio social se destaca en Lc 16.3.
El vocablo aidós señala la modestia de la mujer virtuosa en 1 Ti 2.9, mientras que aisjyne y sus derivados señalan la vergüenza que surge de una mala conciencia o de la pérdida de dignidad (Jud 13, Flp 1.20).
Nadie debe avergonzarse de ser cristiano (1 P 4.16; cf. Ro 1.16). El peor estado del hombre es el de haber perdido todo sentido de vergüenza a causa de una conciencia cauterizada (Flp 3.19; 1 Ti 4.2).