LA AUTORIDAD ESPIRITUAL
“Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Apocalipsis 12:11).
Para que el Reino de Dios se establezca en cada ciudad y nación, es importante que los creyentes aprendamos a usar la autoridad que el Señor nos dio para confrontar los poderes adversos. No existe otra manera de vencer al enemigo, si no aplicando el poder de la Sangre de Cristo.
La Sangre de Jesús ata, neutraliza y aniquila los poderes demoníacos en los aires. Es lo que doblega al dragón, a la serpiente antigua, al diablo, a Satanás. Cuando aplicamos correctamente la Sangre de Jesús se da libertad a Miguel, príncipe de las huestes angelicales, para reprender su poder, y se genera una liberación plena, conforme lo enseña Apocalipsis 12:7-10.
Nosotros tenemos simplemente que aplicar la Sangre del Cordero como lo hicieron los israelitas en la época de Moisés al celebrar la Pascua. Usando hisopos, colocaron la sangre de los corderos sacrificados en los postes y los dinteles de sus casas para que, cuando viniera el ángel destructor, no tocara ninguno de los hogares marcados.
La muerte tendría que seguir de largo. Esta ilustración es un prototipo de nuestra confesión. Si confesamos lo que la Sangre de Jesús hizo por nosotros, el poder demoníaco es desalojado de cada persona y cada familia.
El Señor Jesús enseñó: “Porque ¿cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte, y saquear sus bienes, si primero no le ata? Y entonces podrá saquear su casa” (Mateo 12:29).
La puerta que el ser humano abrió al adversario fue la desobediencia a la Palabra de Dios; de esta manera, el enemigo tomó el control de la vida del hombre, tal como dijo Jesús: “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Mateo 12:30).
Una vez que el adversario logra el control sobre una vida, se requiere de alguien más fuerte que él, para que lo ate, y así poder saquear su casa. Ese alguien es Jesús. Todo esto Él ya lo hizo, pues en la Cruz del Calvario despojó a todos los poderes demoníacos. Por eso, la Palabra dice: “y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Colosenses 2:15).
No es necesario que nos enfrentemos en una lucha directa con los poderes de las tinieblas, porque ya hubo Alguien que lo hizo por nosotros. Así como David enfrentó a Goliat y lo venció con la piedra que lanzó con su honda, para luego cortarle la cabeza, de la misma forma Jesús con Su Sangre derramada en la Cruz del Calvario venció al enemigo.
Con Su muerte en la Cruz, Jesús quitó todo el poder que el maligno ejercía sobre la humanidad. “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:14-15). El ejército angelical dirigido por Miguel usará la Sangre de Jesús para desalojar toda fuerza adversa que se haya levantado en contra de nosotros.
ALGO EN QUÉ PENSAR
Una de las promesas que Dios me dio al asistir a un Encuentro fue que Él restauraría mi familia, y la relación con mis padres. Cuando mi madre conoció a mi padre, él era un hombre casado, ella fue su amante por mucho tiempo hasta que decidió separarse de él; recuerdo que yo tenía aproximadamente siete años. Esta situación la dejó llena de odio, resentimiento y rencor por más de veinte años.
Un día en mi tiempo de oración, Dios me habló específicamente y me dijo: “Restauraré los años perdidos de tu mamá”. En realidad no entendía cómo esto podía suceder, pero creí en lo que Dios me decía. Me enteré, al poco tiempo, de que mi padre había enviudado.
Vivía en México y tuve la oportunidad de visitar a mi madre en Venezuela. Al llegar a su hogar me sorprendí. La encontré en una silla de ruedas, rodeada de pobreza; al verla me dijo: “Ahora que te vi, ya puedo morirme”. A pesar de ello, yo sabía que mi oración había tocado el corazón de Dios, y Su promesa seguía firme en mí.
Esperaba que un milagro sucediera. Comencé a atenderla y a brindarle amor y cariño; un día mientras la ayudaba a tomar un baño me dijo que quería ver a mi papá. Sin importar que por veinte años el odio y el resentimiento habían llenando su corazón, corrí al teléfono y lo llamé, y aunque le costó creerlo, aceptó.
Al día siguiente se encontraron en la casa de mi hermano. Los llevé a un lugar privado para que ellos pudieran conversar, mis hermanos me decían que lo que hacía era una locura. Yo seguía creyendo en la promesa de Dios. Y para sorpresa de todos, lo primero que él le dijo fue: “Gisela, quiero regresar contigo, te pido perdón por todo el dolor que te he causado, quiero restaurar los años perdidos”. Ella se puso a llorar, y él agregó: “Quiero que te cases conmigo”. Y allí comenzó el cumplimiento de la promesa.
Planeamos la boda en 2 días. Después de esto fui a visitarlos, y al entrar en la nueva casa, vino hacia mí una mujer caminando –pensé que era mi tía menor– pero no, ¡era mi madre! rejuvenecida, fuerte, y sana. Se había levantado de su silla de ruedas y estaba rodeada de amor y abundancia (BetsaTarger).
ORACIÓN
Señor Jesús, muchas gracias porque ahora puedo entender y creer que Tu Sangre es un arma poderosísima. Anhelo aprender a usarla con fe cada día de mi vida. Lo pido en Tu Nombre, amado Jesús. Amén.
DECLARACIÓN
“Porque la Sangre de Jesús ha sido derramada sobre mi vida y mi familia, el enemigo no nos puede tocar”.