Jovenes, Enfrentando la Muerte y el Juicio
Joven, está establecido que mueras una sola vez; no importa lo saludable que estés, el día de tu muerte puede estar cerca. Veo a jóvenes al igual que ancianos enfermos. Entierro cuerpos jóvenes al igual que envejecidos. Leo los nombres de personas no mucho mayores que tú en las lápidas de los cementerios. Aprendo de los libros que con excepción de ancianos e infantes, mueren más personas entre los 13 y 23 años que en ninguna otra etapa de la vida. Y sin embargo, tú vives como si estuvieses seguro de no morir.
¿Piensas que quizás te ocuparás de estas cosas mañana? Recuerda las palabras de Salomón: “No te jactes del día de mañana; porque no sabes que dará de sí el día” (Proverbios 27:1). Arquías, tirano de Tebas, en medio de un banquete recibió una carta que le imploraron leyera porque era muy importante. “¡Dejemos para mañana los asuntos serios!” exclamó a la vez que ponía la carta debajo de un cojín. Al rato, entraron en la sala varios que habían tramado matarlo, y lo degollaron. La carta que no leyó contenía el aviso del complot con todos sus detalles.
Mañana es el día de Satanás, pero el día de hoy es de Dios. A Satanás no le importa lo espiritual que sean tus intenciones, siempre y cuando les dejes para mañana. ¡Oh, no le des lugar al diablo en esto! Contéstale: “¡No, Satanás! Será hoy, hoy.” No todos los hombres viven hasta ser patriarcas como Isaac y Jacob.
Muchos hijos mueren antes que sus padres. David tuvo que llorar la muerte de dos de sus mejores hijos; Job perdió a sus diez hijos en un día. Tu suerte quizás sea como la de uno de ellos, y cuando viene la muerte, será en vano hablar del mañana, tendrás que partir ya.
¿Estas pensando que más adelante llegarás a una etapa más conveniente para atender estos asuntos? Así lo creyeron Félix y los atenienses a quienes Pablo predicó; pero esa etapa nunca llegó. El infierno está pavimentado con tales ilusiones. Mejor es asegurarte de las cosas mientras puedes. No dejes nada de lo eterno sin resolver. No te arriesgues cuando lo que está en juego es tu alma. Créeme, la salvación de un alma no es cosa fácil.
No hay peor loco que el que se conforma con vivir sin prepararse para la muerte.
Todos necesitamos una “ grande” salvación, seamos ancianos o jóvenes; todos necesitamos nacer de nuevo, todos necesitamos ser lavados en la sangre de Cristo, todos necesitamos ser santificados por el Espíritu. Feliz es el hombre que no deja estos asuntos en la incertidumbre, y no descansa hasta que tiene en su interior el testimonio del Espíritu de que es hijo de Dios.
Joven, tu tiempo es corto. Tus días son pocos—una sombra, un vapor, un cuento que pronto se acaba. Tu cuerpo no es de bronce. “Los muchachos” dice Isaías, “se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen” (Isaías 40:30). Puedes perder la salud en un instante: sólo basta una caída, una fiebre, una inflamación, un vaso sanguíneo roto para que los gusanos se alimenten de ti. No hay más que un paso entre ti y la muerte. Esta noche quizás tu alma sea requerida de ti.
Eres rápido en el camino de este mundo, y rápidamente te irás. Toda tu vida es una incertidumbre, pero tu muerte y el juicio sí son seguros. Tú también tendrás que oír la trompeta del Arcángel, y presentarte ante el gran trono blanco, tú también obedecerás a la orden, que Jerónimo decía siempre timbraba en sus oídos: “Levantaos muertos, y venid al juicio.” “Seguramente vengo aprisa,” es la declaración del Juez mismo. Por eso, no me atrevo a dejar de exhortarte, ni puedo dejar de hacerlo.
¡Oh que tomaras a pecho las palabras del Predicador!: “Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios” (Eclesiastés 11:9). ¡Es increíble que ante tal perspectiva alguien pudiera descuidar este asunto y despreocuparse de él!
Ciertamente que no hay peor loco que el que se conforma con vivir sin prepararse para la muerte. Ciertamente que la incredulidad del hombre es lo más sorprendente en este mundo. La profecía más clara en la Biblia comienza bien con estas palabras, “¿Quien ha creído a nuestro anuncio?” (Isaías 53:1). Bien dice el Señor Jesús: “Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Lucas 18:8).
Joven, me temo que esta sea la declaración de muchos como tú ante el tribunal celestial: “Ellos no creen.” Y me temo que tengas que dejar apresuradamente este mundo, y despertarte para descubrir demasiado tarde, que la muerte y el juicio son una realidad. Me temo todo esto, y por lo tanto te exhorto.