Las lágrimas continuaron fluyendo de sus ojos y corrieron descendiendo por las líneas fatigadas de su rostro hasta caer en el papiro que estaba delante de él. David mojó la pluma en la tinta, luego observó a medida que el líquido corría de la punta.
Jonatán había muerto; su mejor amigo había partido. El dolor inundó el pecho de David como si le hubiera sido arrancada una parte de sí mismo.
Estaba totalmente anonadado mientras escribía un tributo al gran hombre al cual amaba como a un hermano. ¿Cómo podría describir el dolor que experimentaba por la muerte de su mejor amigo? ¿Qué palabras existían para honrar a Jonatán de la manera más adecuada?.
¡Cómo han caído los valientes en medio de la batalla! ¡Jonatán, muerto en tus alturas! Así fue Jonatán: defensor de su nación hasta el fin.
Sin embargo, David sabía que el corazón de Jonatán no estaba en la batalla en sí, sino en proteger al pueblo que amaba, David recordaba el día que Jonatán le entregó su espada. Jonatán trajo a su memoria la batalla de Gabaa, en la que los israelitas no tenían espadas –sólo él y Saúl las tenían.
Y ahora, con toda solicitud Jonatán entregó su espada en manos de David, prometiendo amarlo como a sí mismo. En ese momento David supo que Jonatán haría cualquier cosa para protegerlo, hasta regalar su arma y morir por él.
Angustia tengo por ti, hermano mío Jonatán que me fuiste muy dulce. Jonatán fue mejor hermano para él que los de su propia sangre. David no conoció nada más seguro ni más fuerte que el amor que le había prodigado Jonatán tan generosamente. Cuando Saúl quiso destruir a David, o cuando David no estaba seguro de su llamamiento, Jonatán nunca titubeó; Jonatán lo respetó sin titubeos y creyó en él.