El Amor al Placer en los Jóvenes
La juventud es cuando nuestras pasiones son más fuertes, y como niños descontrolados, clamamos por conseguir lo que queremos. La juventud es por lo general cuando tenemos más salud y fuerzas; la muerte nos parece muy lejana, y disfrutar de la vida parece ser lo único que importa. La juventud es el tiempo cuando la mayoría tenemos muy pocas preocupaciones o ansiedades que nos molesten.
Y todas estas cosas conducen a los jóvenes a pensar exclusivamente en divertirse. “Sirvo sólo a mis deseos y placeres,” es la verdadera respuesta que muchos jóvenes deberían dar sí se les preguntara: “¿De quién eres siervo tú?”
Joven, tiempo me faltaría para decirte todos los frutos que este amor al placer produce, y en todas las maneras que daña. ¿Por qué hablar de parrandas, fiestas, borracheras, apuestas, ir al teatro, bailes y tales cosas? Muy pocos pueden decir que no saben al menos algo de esto por amarga experiencia.
Todas las cosas que dan un sentir de excitación por un rato, todas las cosas que impiden pensar y mantienen a la mente en un torbellino, todo lo que complace los sentidos y gratifica la carne; todas estas cosas son las que tienen poder tremendo en nuestras vidas, y deben su poder al amor del placer. Ponte en guardia. No seas como aquellos que describe Pablo: “amadores de los deleites más que de Dios” (2 Timoteo 3:4).
Recuerda lo que digo: lo que mata el alma es dedicarse a los placeres terrenales. No hay camino más seguro para terminar con una conciencia destruida y un corazón endurecido que darle vía libre a los deseos de la carne y la mente. Parece no ser nada al principio pero a la larga se sufren las consecuencias..
Considera lo que Pedro aconseja: Que “os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 Pedro 2:11). Destruyen la paz del alma, quebrantan su fuerza, llevándola al cautiverio, y haciéndola su esclava.
Considera lo que dice Pablo: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros” (Colosenses 3:5). “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24). “Sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre” (1 Corintios 9:27). Una vez fue el cuerpo la perfecta mansión del alma; pero ahora es corrupto y desordenado, y necesita ser vigilado constantemente. Es una carga para el alma, no una ayuda; un estorbo, no un colaborador. Puede ser un útil servidor, pero siempre será señor malo.
Lo que mata el alma es dedicarse a los placeres terrenales
Considera otra vez las palabras de Pablo: “Vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne” (Romanos 13:14). “Estas” dice Leighton, “son las palabras que, al leerlas San Agustín, lo transformó de un joven libertino en un siervo fiel de Jesucristo.” Joven, deseo que éste sea tu caso también.
Recuerda una vez más: Si te dedicas a los placeres terrenales, encontrarás que todos ellos son vacíos, insatisfactorios y vanos. Como las langostas en la visión de Apocalipsis, parecen tener coronas en sus cabezas, pero comprobarás, como las mismas langostas, tienen aguijones, verdaderos aguijones, en sus colas. No todo lo que brilla es oro. No todo lo que es bueno es dulce. No todo lo que da placer momentáneo es verdadero placer.
Ve y llénate de placeres terrenales si quieres; pero descubrirás que nunca satisfarán tu corazón. Siempre habrá una voz dentro gritando como el caballo en Proverbios “¡Dame, Dame!” Hay en él un lugar vacío que sólo Dios puede llenar. Por experiencia descubrirás, como Salomón, que los placeres terrenales son sólo vana apariencia, vanidad y aflicción de espíritu, sepulcros blanqueados, bonitos a la vista por fuera, llenos de huesos y corrupción por dentro.
Sé sabio a tiempo. Mejor que escribas un rótulo que diga “Veneno” en todos esos placeres terrenales. Aun el más legal de ellos debe ser usado con moderación. Todos ellos son destructores del alma si les das tu corazón. “El placer,” dice además comentando sobre la segunda epístola de Pedro, “debe tener garantía que será sin pecado; luego, que su medida será sin exceso”.
Y aquí quiero advertir a todos los jóvenes que recuerden el séptimo mandamiento: que tengan cuidado con la fornicación y el adulterio, y toda clase de impurezas. Me temo que nunca se habla lo suficiente de esta parte de la ley de Dios. Pero cuando veo cómo los profetas y apóstoles manejaron este tema, cuando observo la manera abierta en que los reformadores de nuestra iglesia los denunciaron, cuando veo el número de jóvenes que siguen las huellas de Rubén, Ofni, Fineas y Amnón—no puedo, con limpia conciencia, guardar silencio.
Y dudo mucho que el mundo sea mejor por el silencio excesivo que prevalece sobre este mandamiento. Por mi parte creo que sería una falsedad y una cortesía nada bíblica, hablarle a los jóvenes y no tocar lo que es especialmente “el pecado del joven.”
Quebrantar el séptimo mandamiento es el pecado que sobrepasa a todos los demás. Como dice Oseas: “Fornicación, vino y mosto quitan el juicio” (Oseas 4:11). Es el pecado que deja cicatrices más profundas en el alma que ningún otro pecado que comete el hombre. Es el pecado que degolló a miles de todas las edades, y que ha vencido a no pocos de los santos de Dios en el pasado.
Lot, Sansón y David son pruebas que hacen temer. Es el pecado del cual el hombre se atreve a sonreír, y lo quiere suavizar con nombres tales como desliz, inestabilidad, extravío, irregularidad. Pero este es el pecado del cual el diablo se regocija pues él es “el espíritu sucio”; y es el pecado particular que Dios aborrece, y declara que lo “juzgará” (Hebreos 13:4).
Joven, huye “de la fornicación” (1 Corintios 6:18) si amas la vida. “Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia” (Efesios 5:6). Huye de la ocasión, de la compañía que te arrastra a ella, de los lugares en los cuales puedes ser tentado a cometerla. Lee lo que nuestro Señor dice con respecto a ella en Mateo 5:28. Sé como el santo Job que dijo: “Hice pacto con mis ojos” (Job 31:1).
Evita hablar de ella. Es algo que ni debes mencionar. No se puede tocar el betún y no ensuciarse. Evita los pensamientos de ella; resístelos, mortifícalos, ora en contra de ellos, haz cualquier sacrificio que sea necesario para no ceder. La imaginación es la incubadora donde este pecado con demasiada frecuencia se empolla. Vigila tus pensamientos, y podrás estar seguro de tus acciones.
Considera las advertencias que te he estado dando. Aunque olvides todo lo demás, no olvides esto.