“No sembrarás tu viña con semillas diversas, no sea que se pierda todo,
tanto la semilla que sembraste como el fruto de la viña”. Deuteronomio 22.9
Si bien este versículo apunta a que el Pueblo de Dios no se mezclara con otros pueblos paganos, contiene un principio de tremenda sabiduría para aplicar a nuestra vida.
Para que no se pierda todo, tanto la semilla que uno siembra como el resultado que uno espera cosechar, debemos ser consecuentes y consistentes.
El ser consecuentes tiene que ver con desarrollar continuidad en nuestra vida.
Se dice que si uno corre toda la carrera, pero abandona antes de llegar, es lo mismo que si no hubiese corrido. En realidad es peor porque se invirtió tiempo y esfuerzo para nada.
Alguien que cursa una carrera y abandona faltándole pocas materias, no solo se queda sin el título, sino que además desperdicia todas las materias aprobadas.
El ser consistente tiene que ver con mantener el mismo nivel de calidad y entrega en lo que hacemos.
Si comenzás una tarea con excelencia pero la terminás de forma mediocre, no solo tendrás algo mediocre, sino que además opacarás la excelencia primera.