Aplaste a los Gigantes que hay en Su Vida. Por David Jeremiah
Escuche… ¿puede oír como se acercan? Puede correr, pero no esconderse. Podría también salir y pelear.
Sí, los gigantes están en todas partes. Los hemos encontrado en Las Escrituras, donde se los conoció originalmente como los anakim. Desde las primeras páginas del Génesis han estado allí, gruñendo y amenazando: “…gigantes en la tierra (…) los valientes” (Génesis 6:4).
Extienden su larga sombra sobre todo lo que aspiramos hacer, cada nueva tierra que buscamos habitar, cada sueño que esperamos realizar. Hoy los llamaríamos abusos, pero son los mismos viejos gigantes, y nos tienen atemorizados de la misma manera que siempre.
Luego de años de retroceder con temor, comenzamos a medirnos contra ellos: “¿Quién se sostendrá delante de los hijos de Anac?” (Deuteronomio 9:2). ¿Quién saldrá a pelear contra Goliat? ¿Quién subirá al cuadrilátero del ring con el campeón? ¿Quién irá a nuestro favor?
El pueblo de Dios pagó un gran precio para alcanzar la tierra de sus sueños, pero ¿qué encontró al llegar? ¡Gigantes! Naturalmente ellos estarán en la tierra de la leche y la miel; los gigantes siempre llegan primero y se llevan lo que quieren.
Nuestro primer impulso es escuchar a la delegación que trae la recomendación de rendirse. Es un mundo grande; ¿por qué no vamos a otra tierra? Tal vez leche y miel sea una dieta demasiado rica, de todos modos. Quizá agua y pan viejo sea suficiente. Es posible acostumbrarse con menos.
Pero Dios no quiere que aceptemos esa recomendación.
Él espera algo más:
“Oye, Israel: tú vas hoy a pasar el Jordán, para entrar a desposeer a naciones más numerosas y poderosas que tú, ciudades grandes y amuralladas hasta el cielo; un pueblo grande y alto, hijos de los anaceos, de los cuales tienes tú conocimiento y has oído decir: ¿Quién se sostendrá delante de los hijos de Anac? Entiende, pues, hoy, que es Jehová tu Dios el que pasa delante de ti como fuego consumidor, que los destruirá y humillará delante de ti; y tú los echarás, y los destruirás en seguida, como Jehová te ha dicho” (Deuteronomio 9:1-3).
Por supuesto, los anakim no figuran en la guía telefónica. Los gigantes que enfrentamos tienen diferentes nombres: Temor. Desaliento. Preocupación. Culpa. Tentación. Enojo. Resentimiento. Duda. Postergación. Fracaso. Celos. Llámelos como quiera; después de todo son esos, gigantes, como Goliat. Él era una sombra de más de tres metros y quince centímetros de altura, pero lo único que produjo esa sombra fue una abolladura más grande en la tierra cuando cayó. Cuanto más grandes crecen, más fuerte caen.
Aplaste a los Gigantes que hay en Su Vida
¿Cuál gigante lo atribula? Tal vez el temor lo tiene cercado. Quizás la soledad lo ha encerrado. Cualquiera sea el gigante que se esté burlando de usted, el mensaje de este libro es que Dios es el más grande gigante de todos. Él va delante de nosotros como fuego consumidor.
Queda claro al ver Las Escrituras que Dios es un Dios que envía. Constantemente envía a sus hijos a nuevas y maravillosas tierras; tierras de enriquecimiento del matrimonio, tierras del logro de carreras, tierras de rica abundancia espiritual.
Probablemente usted sepa exactamente qué tipo de tierra es a la que Él lo ha dirigido y ahora usted está parado en los alrededores, y desea con todas sus fuerzas poner la punta del pie tentativamente en la frontera, si no fuera por las sombras de esos gigantes.
Pero ¿puede sentirlo? La mano del mismo Dios está sobre su hombro. Él le está susurrando –tal como hizo con los israelitas–, “entre y desposea a naciones más numerosas y poderosas que usted, ciudades grandes y amuralladas hasta el cielo”.
No sé qué le pasa a usted, pero esas órdenes de marcha ponen mi corazón en carrera. Me transmiten electricidad por la columna vertebral y me dejan inquieto, con deseos de moverme. Quiero ver las maravillas que Dios ha preparado para mí