
AMOR EN LA FAMILIA DE DIOS
"Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos." 1 Tesalonicenses 2:8
No sé si tengo un amor tan intenso como el que sentía el Apóstol, pero sí reconozco un gran afecto por muchos de mis hermanos en la fe. Acrecienta, Señor, Tu Amor en mi. Amén.
La familia está formada por personas que tienen la misma sangre, que proceden de la misma raíz genealógica. Por tanto es normal y natural que los familiares se amen y comprendan, lo que no impide que a veces haya alguna desavenencia. Pero es fácil entre familiares perdonarse, aceptarse y quererse. Fuimos creados con este sentimiento para vivir en familia.
En cambio en la Iglesia no somos propiamente familiares pues llegamos a ella por medio de la fe. A todos nos une la creencia en Dios y en Su Palabra, pero hay algo más profundo en la relación entre los creyentes y es que en sus corazones habita el Espíritu Santo. Ese Espíritu nos unifica en un solo sentimiento de amor hacia Dios y hacia el prójimo.
"Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu." (1 Corintios 12:13)
Esta unidad y amor que se da entre personas que tienen la misma fe es tan profunda que los hermana, porque todos ellos, los que creen en Jesús y viven de acuerdo a Su Evangelio, forman una familia, una nueva familia que no no es unida por la sangre de sus padres sino por la sangre de Cristo. "Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios" (Efesios 2:19)
Por eso los cristianos nos tratamos de hermanos. Ahora, además de tener una familia natural, pertenecemos a una familia sobrenatural, la familia de Dios. En la medida que vayamos creciendo en la fe y el amor, estos vínculos serán más intensos por eso el apóstol escribe:
"Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos." (1 Tesalonicenses 2:8)
Pertenecer a la Iglesia no es algo banal sino trascendental. Cuando nos convertimos a Jesucristo somos injertados en el Cuerpo de Cristo que es un Cuerpo Espiritual o Místico formado por todos los que creen en Él y le obedecen."Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador." (Efesios 5:23)
La comunidad cristiana o Iglesia local existe y es necesaria para el desarrollo de sus miembros, guiada por los ministros de Dios. No debemos eximirnos ni aislarnos de la comunidad cristiana, sino integrarnos a ella porque en la asamblea se cumple la más importante función de la Iglesia que es adorar a Dios en comunidad.
En la familia espiritual nos unimos los cristianos para evangelizar al mundo y para servir a los necesitados. Por otra parte ¿Cómo creceremos en el amor, aislados de nuestros hermanos y prójimos? Pablo pudo expresar estos sentimientos de amor por sus hermanos porque estuvo involucrado mental, emocional y espiritualmente con ellos.