
Comunicar la Verdad
El tercer objetivo que tiene Dios al hablar es que comuniquemos su verdad. Él nunca nos da algo para que lo reservemos para nosotros. Ya sea dinero, discernimiento o la verdad, ha de ser compartido. Jesús dijo en su gran comisión en Mateo 28.19,20:
«Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».
Con toda claridad Jesús les hizo ver a sus discípulos que la verdad que les había enseñado durante los últimos tres años no debía ser guardada en un depósito personal de conocimientos. Debían dar a conocer todo lo que habían recibido.
No conozco a nadie que ejemplifique esto mejor que Chuck Colson. Miembro de confianza del personal de Richard Nixon en la Casa Blanca, se vio envuelto en la tormenta política que se conoce hoy como «Watergate».
Implorando al Señor en su angustia nació de nuevo e ingresó en el reino de Dios. Fue llevado a una institución federal de corrección en Montgomery, Alabama (Estados Unidos), donde nació la semilla de una visión que posteriormente floreció y se convirtió en un ministerio carcelario de alcance nacional que ha llegado a miles de hombres y mujeres con el evangelio restaurador de Cristo.
Sólo cuando Colson rindió conscientemente todo su ser, y se entregó a un servicio enteramente desinteresado, su ministerio dio fruto. Se hizo siervo comunicando la verdad que lo había hecho libre. En 2 Timoteo 2.2 Pablo exhortó a Timoteo diciéndole: «Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros». Timoteo debía comunicar a otros la verdad que había aprendido por la enseñanza de Pablo y ellos, a su vez, la transmitirían también a otros.
En 2 Corintios 5.20 Pablo indica que «somos embajadores en nombre de Cristo». La única misión de los embajadores consiste en transmitir la posición y las decisiones de sus superiores al pueblo de los países a los cuales son asignados. De la misma manera tenemos nosotros la obligación de declarar a los demás el plan divino y los designios de nuestro Señor que están en las Escrituras.
Todos comunicamos algo cada momento de nuestra vida por medio de lo que decimos y por medio de lo que no decimos, por lo que hacemos y por lo que dejamos de hacer. El hijo le pregunta al padre: «Pues bien, papá, ¿cuánto es el diezmo que vamos a dar este domingo?» Y el padre dice: «Este domingo no vamos a dar el diezmo porque no me alcanza. Tengo demasiadas deudas que pagar y en consecuencia sencillamente no podemos usar el dinero para diezmar».
El padre le está comunicando una mentira a su hijo. Si bien no en forma directa, le inculca la idea de que no podemos confiar en Dios en asuntos de dinero; que El no es fiel y no va a suplir nuestras necesidades, que Dios no cumple su promesa en relación con el diezmo. El padre que nunca lee la Biblia induce la idea de que tiene la capacidad necesaria para tomar sus propias decisiones sin tomar en cuenta el consejo de Dios.
Le enseña a su familia que una persona se las puede arreglar perfectamente sin el consejo y la sabiduría de Dios. El niño que nunca ve a sus padres en actitud de oración aprende que no hace falta la comunión con Dios, que no hace falta consultarlo acerca de los asuntos importantes de la vida, que las pruebas y tribulaciones se pueden manejar sin el auxilio de la dirección divina.
Por otra parte, otro padre habla con su familia y dice: «Bueno, Dios quiere que aumentemos la cantidad que damos. Vamos a confiar en que el Señor nos va a proporcionar los fondos necesarios y que además va a satisfacer nuestras necesidades». Ese padre está diciendo que podemos depender de Dios para todas la facetas de la vida; cuando no vemos claro el camino, Dios obrará de modo que nuestros problemas encuentren solución.
A menudo, aun cuando hagamos silencio, sutilmente estamos diciendo algo. Así fue el caso del apóstol Pedro. Aunque admitía que los gentiles habían recibido, con toda justicia, la gracia de Dios, adoptó la mala costumbre de retraerse cuando se sentaban a la mesa a comer. La presión de los judíos tuvo efectos negativos en su actitud.
Si bien nunca se expresó abiertamente sobre esta cuestión, su actitud soberbia fue adoptada sin demora por otros judíos, con el resultado de que «aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos» (Gálatas 2.13). Sin decir una sola palabra Pedro había hecho llegar en forma muy efectiva un mensaje a los que lo rodeaban, en el sentido de que los gentiles eran inferiores. Sus acciones lo dijeron todo.
Debemos ser honestos en la evaluación de nuestra respuesta a las comunicaciones de Dios. Considerando lo que Dios en su gracia nos ha enseñado a través de los años, ¿usamos en forma concreta estas verdades en nuestra vida sobre una base diaria? Cuando comprendemos la verdad, ¿procuramos conformarnos a la imagen de Cristo? A su vez, ¿comunicamos esta verdad a otros?