
La Oración de Jesús
Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. MATEO 26.39
Cuando Cristo ora: «no sea como yo quiero, sino como tú», no debemos pensar que hay una disparidad entre la voluntad del Padre y la voluntad del Hijo. En cambio, lo que vemos aquí es el Hijo consciente, deliberada y voluntariamente somete todos sus naturales sentimientos humanos a la voluntad perfecta del Padre.
La oración es el ejemplo perfecto de cómo Cristo en su humanidad siempre rindió su voluntad a la del Padre en todas las cosas, precisamente para que no hubiera ningún conflicto entre la voluntad divina y sus sentimientos humanos.
Hay aquí una lección conmovedora. Recuerden que Cristo no tenía apetitos pecaminosos, ni deseos que estuvieran pervertidos por el pecado, ni inclinación alguna a hacer lo malo.
Sin embargo, si Él necesitaba someter sus apetitos y pasiones a la voluntad de Dios con tal dedicación deliberada y decidida, ¿cuánto más tenemos que ser deliberados en la entrega de nuestro corazón, nuestra alma, nuestra mente y nuestras fuerzas a Dios? Todas nuestras debilidades, nuestros deseos, nuestros apetitos y nuestras voluntades mismas deben ser conscientemente sometidos a la voluntad de Dios, si esperamos ser capaces de vivir nuestras vidas para la gloria de Dios.
La sumisión de Cristo a la voluntad del Padre era una expresión de su amor eterno por el Padre. Aunque aborrecible y misterioso como es pensar en el Hijo muriendo y el Padre derramando su ira sobre el Hijo, el propósito subyacente de la redención era una pura expresión de amor entre el Padre y el Hijo. De modo que en la eternidad pasada, el Hijo voluntaria y deliberadamente se sometió a la voluntad del Padre, y el camino a la cruz quedó establecido.