
La Pasión por la Obediencia
Cuando nos arrodillamos ante Dios y Él derrama su amor en nuestro ser, nos entregamos a Él con toda devoción. El resultado es que Dios pone en nosotros una pasión por la obediencia. Queremos obedecer a Dios. Nadie nos tiene que acicatear. No tenemos necesidad de escuchar sermones que nos hagan obedecerle.
La obediencia se vuelve ahora parte de nuestro ser interior. Podemos estar cansados, abatidos y emocionalmente turbados, pero luego de pasar algún tiempo a solas con Dios, encontramos que nos inyecta energía, poder y fuerzas. Su dinámica espiritual está obrando en nuestro ser interior, renovando nuestra mente y nuestro espíritu y dándonos nuevas fuerzas. Nada se iguala a la meditación en cuanto al impacto que hace en nuestra vida y en la de otros.
Él hombre sin educación que sabe meditar en el Señor ha aprendido mucho más que aquel con mucha educación que no sabe meditar. La educación que no se apoya en la meditación está condenada al fracaso. Cuando acordamos dar prioridad en nuestra vida al tiempo dedicado a estar a solas con Cristo, ello influye en todas las facetas de nuestra vida y la afecta. De todas las cosas que Cristo quiere de nosotros, el amarlo y el centrar nuestra atención en El son las más importantes. Entonces podemos seguirle y recibir todo lo que nos tiene preparado.
Siempre me conmuevo cuando leo un versículo que considero especial en el cuarto capítulo de Hechos. Quisiera describir la situación que conduce al mismo. Llenos del poder del Espíritu Santo, recientemente descubierto, Pedro y Juan vienen efectuando un ministerio poderoso.
Miles han sido salvados y muchísimos se han agregado al naciente grupo de cristianos.
Pedro y Juan fueron arrestados por los saduceos y llevados ante Anás, el sumo sacerdote, Caifás, Juan y Alejandro, todos de estirpe sumosacerdotal. Los colocaron directamente en el centro de sus contemporáneos y los interrogaron acerca del carácter de la obra de los discípulos.
¿Podemos imaginar la situación por un momento? Pedro y Juan, dos pescadores altos y rudos, con un mínimo de educación, estaban en pie en una sala llena de dirigentes religiosos, altamente instruidos y capaces, de mucha influencia.El resultado del enfrentamiento es escalofriante.
De inmediato Pedro tomó la ofensiva, empujando a los saduceos al proverbial rincón. Atacó con poder y gran persuasión. Sus oyentes estaban asombrados. Lucas registró su sorpresa en el poderoso lenguaje de Hechos 4.13: «Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús».
Si bien los líderes se refirieron a la asociación de los dos hombres con Jesús, el principio se mantiene para nosotros en el día de hoy. El tiempo destinado a estar con Jesús meditando en su Palabra y en su majestad, buscando su rostro— determina nuestra utilidad en el reino. La meditación es simplemente cuestión de dedicar nuestro tiempo a disfrutar de una rica comunión con nuestro Señor y Salvador personal.