
Santifícalos en la Verdad. Mensajes Critianos de Charles Spurgeon
La santificación se inicia con la regeneración. El Espíritu de Dios le infunde a la persona esa nueva verdad viva por la que se convierte en una «nueva creación» en Cristo (ver 2 Corintios 5:17).
Esta obra, que se inicia con el nuevo nacimiento, se desarrolla de dos maneras: mediante la mortificación o muerte se someten «los deseos de la naturaleza pecaminosa» (Gálatas 5:16); y la vivificación o la vida según la cual la vida que Dios ha puesto en nosotros se convierte en un «manantial del que brotará vida eterna» (Juan 4:14).
Este proceso continúa cada día a través de lo que se denomina perseverancia por medio de la cual los cristianos son continuamente preservados en un estado de gracia y se hace que «toda buena obra abunde en ustedes» (2 Corintios 9:8) «para alabanza de su gloria [de Dios]» (Efesios 1:14).
Al final, los creyentes llegarán a la perfección en «gloria» cuando el alma, totalmente purificada, sea «[arrebatada]» (1 Tesalonicenses 4:17) para habitar con los seres celestiales «a la derecha de la Majestad en las alturas» (Hebreos 1:3).
Mientras que el Espíritu de Dios es el autor de la santificación, hay un agente visible en acción que no se debe olvidar. Jesús dijo: «Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad». Hay muchos pasajes de las Escrituras que prueban que el instrumento de nuestra santificación es la Palabra de Dios.
Esta es su manera de obrar: El Espíritu de Dios trae los preceptos y las doctrinas de la verdad a nuestra mente y luego las aplica por medio de su poder. Nuestros oídos escuchan estas verdades y, cuando las recibimos en nuestro corazón, obran en nuestra vida «tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad» (Filipenses 2:13).
Su verdad es la que nos santifica; por tanto, si no escuchamos ni leemos la verdad, no creceremos en santificación. Solo progresaremos en la vida si progresamos en el entendimiento. «Tu palabra es una lámpara a mis pies; es una luz en mi sendero» (Salmo 119:105).
Jamás consientas el error de entrar en conflicto con las Escrituras como «cuestión de opiniones», dado que nadie consiente un error en el juicio, por ejemplo, sin que tarde o temprano termine tolerando un error en sus acciones.
«Sigue» (2 Timoteo 1:13) la verdad, porque si permaneces en ella y te aferras a la verdad serás [santificado] por el Espíritu Santo» (Romanos 15:16).