
Su Mano se posó Sobre El. Ezequiel 1:3
Los huesos no pueden volver a la vida al ser manipulados. Solo el toque de Dios puede darles vida. Algunos tenemos que aprender eso con la amarga experiencia del fracaso. Así escribe el doctor A. C. Dixon.
«Cuando era pastor de la Iglesia Bautista de Chapel Hill, llegué a la conclusión de que como predicador era un fracaso. Padres en todas partes del estado me escribían pidiéndome que me ocupara del bienestar espiritual de sus hijos en la universidad. Preparaba sermones pensando en los estudiantes y me alegraba ver que ellos mostraban su aprecio asistiendo en gran número a nuestros cultos los domingos. Señalamos una semana de oración y predicación con el único propósito de ganarlos para Cristo.
»A mitad de semana su interés pareció transformarse en oposición. Mientras caminaba a través de una arboleda, a veces escuchaba mi voz que venía de detrás de un árbol: un estudiante listo había captado parte de mi sermón la noche anterior y lo estaba repitiendo en pensamiento y tono para beneficio de sus compañeros que mostraban su agrado con aplausos y risas. Sentí que estaba derrotado y consideré con seriedad renunciar al pastorado. Ni uno se había salvado.
»Después de una noche intranquila, tomé mi Biblia y fui a la arboleda y me quedé allí hasta las tres de la tarde. Mientras leía, le pedí a Dios que me mostrara cuál era el problema, y la Palabra de Dios me examinó una y otra vez dándome una profunda convicción de pecado e impotencia como nunca antes había tenido.
»Esa noche los estudiantes escucharon con reverencia y al concluir, dos bancos estaban llenos con los que habían respondido al llamado. El avivamiento continuó día tras día hasta que más de setenta de los estudiantes confesaron a Cristo.
»Ahora, la pregunta obligada es: ¿Qué hizo que eso sucediera? Indudablemente no fui yo; me temo que fui yo el que, por mucho tiempo, impedí que Dios lo hiciera.
De la experiencia de ese día, aprendí una distinción bien definida entre influencia y poder. La influencia está compuesta de muchas cosas: intelecto, educación, dinero, posición social, personalidad, organización, todo lo cual hay que usar para Cristo. El poder es Dios mismo obrando sin el obstáculo de nuestra incredulidad y de otros pecados.