Oración Sencilla
Mi vida de oración era otra área en la que batallaba, y descubrí que mucho de ello era debido a una perspectiva complicada. Primero que nada, le había prestado mucha atención a la opinión de los demás sobre qué asuntos debía estar orando.
La mayoría de la gente está llena de lo que Dios los ha llamado a hacer y para lo que los ha ungido, y sin tener la intención de dañar, predican sobre su carga personal, digamos, y tratan de llevar a todos a hacer lo que ellos están haciendo. Yo era tan culpable como cualquiera en esta área, hasta que Dios me hizo entender que tengo que hacer aquello para lo que estoy ungida y dejar que los demás hagan aquello para lo que Él los ha ungido.
La gente me decía que debía estar orando con respecto a los problemas del gobierno: que el gobierno era un desastre y que realmente necesitaba mucha oración. Otros decían que debía orar contra el aborto, sobre el tema del sida y los desamparados. Los misioneros me dijeron que debía estar orando por las misiones. Algunos me dijeron que debería hacer guerra espiritual, y otros que confesara la Palabra.
El Señor también me enseñó que tenía que acercarme a Él en una manera sencilla.
Escuchaba a la gente enseñar sobre oración, y al parecer siempre salía de esas reuniones con algo más qué hacer al orar. La gente me decía cuánto tiempo orar: debía ser por lo menos una hora. Las personas que se levantaban temprano me dijeron que era mejor levantarse y orar temprano en la mañana.
Pero, permítame decirle que nos vamos a encontrar orando la cantidad de tiempo adecuada y en el momento del día adecuado para nosotros, si seguimos la dirección del Espíritu Santo en oración. Yo había convertido todas mis “instrucciones” que había recibido de otras personas en leyes:
cosas por las que sentía que tenía que orar (si usted tiene una perspectiva complicada de la Palabra de Dios, todo se va a convertir en leyes en lugar de en promesas). Finalmente clamé a Dios y le pedí que me enseñara a orar, y Él me enseñó algunas cosas maravillosas que han traído una alegría a la oración que desde el principio debía haber tenido.
Primero que nada, el Señor me enseñó que tenía que orar por lo que Él pusiera en mi corazón, no por lo que todos los demás querían poner en mi corazón. Me mostró que tenía que orar cuando Él me estuviera instando y dirigiendo a hacerlo, por la cantidad de tiempo que Él pusiera el deseo en mi corazón de hacerlo. Me hizo ver que yo nunca iba a disfrutar la oración si yo era la que la dirigía; tenía que permitirle que Él me guiara.
El Señor también me enseñó que tenía que acercarme a Él en una manera sencilla. Este es un punto sumamente importante. Como cualquier buen padre, Dios quiere que sus hijos amados se acerquen a Él con sencillez y gentileza. En alguna forma yo había llegado a gritar mucho durante la oración, y aunque podría haber tiempo para un tono de voz agresivo, yo estaba muy fuera de equilibrio.
Aprendí que no necesitaba repetir palabras y frases una y otra vez, lo cual tenemos la tendencia de hacer con el fin de hacer que nuestras oraciones suenen impresionantes. ¿Por qué no podemos aprender a simplemente mencionar nuestra necesidad, pedir la ayuda generosa de Dios y seguir con lo siguiente?
El Señor me mostró que en lugar de orar fuerte y largo, yo debía decir lo que estaba en mi corazón y creer que Él me había escuchado, y que se encargaría de ello a su manera en su tiempo.
Como resultado de lo que aprendí del Señor acerca de la oración, desarrollé mi fe en lo que llamo “la oración sencilla de fe” como se describe en Santiago 5:13–15: ¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración.
¿Está alguno alegre? Cante alabanzas. ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados.
Algunas veces cuando le presento con sencillez a Dios mi necesidad o la necesidad de otro individuo, me parece en mi “hombre natural” que debería hacer o decir más. He descubierto que cuando oro lo que el Espíritu Santo me está dando, sin añadirle de mi propia carne, la oración es muy sencilla y no excesivamente larga. Mi mente quiere decir: Bueno, eso no es suficiente. Nuestra carne generalmente quiere ir más allá de lo que el Espíritu nos está dando, y es entonces cuando somos robados del disfrute que cada cosa tiene el propósito de traer.
Digamos que un padre viene a mí, y me pide que ore por un niño difícil. Yo digo: “Padre. Venimos a ti en el nombre de Jesús. Estoy colocando una cobertura de oración sobre esta familia. Te pido que los vuelvas a unir. Trae unidad entre este padre y su hijo. Sin importar el problema que sea, Padre, te pido que remuevas las cosas que necesitan ser removidas, y que traigas las cosas que necesitan ser traídas. ¡Amén!”.
Este tipo de oración es corta y sencilla y realmente dice todo lo que se necesita decir, pero la carne quiere añadirle. La mente carnal dice: “No es suficientemente larga; no es lo bastante elocuente”. Se requiere verdadera disciplina de mi parte para ir tan lejos como el Espíritu Santo está yendo y no más allá. Mantenga la oración simple y la va a disfrutar más.