Donde el Temor y la Fe se Cruzan Predicas Cristianas de David Jeremiah
Se ha descripto al temor como un pequeño chorro de duda que fluye a través de la mente hasta que produce un canal tan grande, que todos sus pensamientos se escurren por allí.
Los pequeños temores, casi imperceptibles, pueden crecer día a día hasta que nos encontramos paralizados e incapaces de funcionar. ¡Y existen tantas variedades! Craig Massey detalla seis categorías generales que la mayoría de nosotros enfrentamos: pobreza, crítica, pérdida del amor, enfermedad, vejez y muerte.
¿Y los cristianos? Uno podría pensar que el temor es equipaje sobrante para aquellos que viven en la presencia de un Dios Todopoderoso. Debería serlo, pero habitualmente no funciona así.
La Biblia, de hecho, no pinta un cuadro de una vida libre de temores. A juzgar por Las Escrituras, el pueblo de Dios parece estar atormentado por los mismos temores que el resto.
Los discípulos, que tenían a Jesús a su lado, aparecían temerosos constantemente –de las tormentas, de las multitudes, de la pobreza, de los ejércitos, de la pérdida de su líder–. Pensamos inmediatamente en el día cuando Jesús les dijo que cruzaran al otro lado del Mar de Galilea.
La noche se cerró como un manto, una tormenta apareció desde algún lugar, y los discípulos se encontraron luchando por sus vidas mientras el barco se sacudía sobre las olas.
Aún cuando vieron que Jesús se aproximaba sobre las aguas, estaban aterrorizados. Pensaron: ¡es un fantasma! (vea Mateo 14:22-33). Permitieron que el temor se apropiara de lo mejor de ellos.
El orgulloso ejército israelita vivía atemorizado por un hombre. Por supuesto, la cinta para medir al hombre decía: tres metros quince centímetros. Goliat jugaba sin piedad con el temor de ellos, los ridiculizaba con desafíos, sabía que no se iban a animar a aceptar.
El rey Saúl estaba gobernado por el temor, primero del gigante, y luego del muchachito que mató al gigante. David mismo no estuvo libre de temor antes de la gran batalla. Pero tomó su honda y sus cinco piedras y se mantuvo en pie de todas maneras.
Tal como Mark Twain lo dijo una vez, el coraje no es la ausencia de temor, sino cómo lo manejamos; es el lugar en el que el temor y la fe se cruzan. David nos muestra una historia del poder del coraje.
Pero también tenemos historias del poder del temor. Tal vez la más notable de todas es la referida a la delegación de espías que fueron enviados a Canaán. Fueron comisionados a ir a una expedición para descubrir la verdad sobre el territorio desconocido que tenían por delante.
Esta era la Tierra Prometida, el hogar final, luego de generaciones de esclavitud en Egipto. Era la tierra de Abraham, el suelo patrio de sus sueños. Pero habían pasado muchas generaciones lejos. La tierra tenía en sí tanto misterio como promesa.
Sin ninguna duda, Canaán era la curva en el camino del éxodo, y los israelitas no podían ver lo que asomaba a la vuelta de la curva. Por lo tanto se reunieron en asamblea en Cades-barnea y decidieron enviar a los que harían el reconocimiento.
La experiencia de estos hombres tuvo un impacto sobre Israel que duró cuarenta años. Les costó años de penas y tragedias. ¿Tendrían que haber entrado directa y rápidamente, sin mediar el acto tentativo de enviar espías? No podemos decir eso porque Dios permitió y alentó la misión de reconocimiento.
Podríamos decir que los hombres deberían haber tomado una decisión diferente. La mayoría falló al no ver la tierra con la perspectiva que Dios quería que tuvieran. Dios no había establecido al espíritu de temor que trajo el comité de recomendación.
Al estudiar cuidadosamente esta narración encontramos principios claves sobre la tiranía del temor y la libertad de la fe.