JONÁS, EL FUGITIVO Jonás 1:1-3
Éste es uno de los más románticos de todos los libros de la Biblia.
Para los que pueden leer entre líneas, es más fascinante que la novela más popular.
I. ¿Quién era Jonás? Por 2 Reyes 14:25 vemos que era el siervo y profeta del Señor, lo que no es un título insignificante. Su nombre significa «Paloma». Si era la expresión de su naturaleza, quizá ésta sea una razón por la que huyó de la grande y malvada Nínive.
Era hijo de Amitay, pero el nombre de su padre está envuelto en la oscuridad. No todos los grandes hombres nacen de grandes padres.
Aunque el mundo nunca haya echado en falta a tu padre, no hay razón por la que no tenga que echarte en falta a ti cuando te hayas ido. Un hojalatero puede morir sin que nadie se dé mucha cuenta, pero el nombre de Bunyan será recordado eternamente. No malgastes los días de tu juventud.
Jonás fue el autor de este libro que lleva su nombre. ¡Ah, qué revelación nos da él mismo de sus faltas e insensateces! No le condenes con demasiada severidad por haber sido un profeta desertor, porque nunca lo hubiéramos sabido si él mismo no nos lo hubiera contado.
Escribe tus propias faltas como lo hizo Jonás, y contempla si tu registro no es infinitamente más negro que el suyo. ¿Te atreverías a hacerlo? En todo caso, el ángel actuario lo está haciendo por ti.
Está claro que al escribir este libro, Jonás no busca su propia gloria. Nadie puede ser profeta y hacer tal cosa. La búsqueda de lo propio es el espíritu del Anticristo, y junto con él tiene que ser echada en el gran abismo.
II. Su comisión. El Señor dijo a Jonás: «Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella». Éste fue un llamamiento repentino y sobrecogedor, pero todos los llamamientos de Dios son repentinos. Consideremos la ciudad a la que fue enviado. Había sido fundada por Nimrod poco después de la confusión de lenguas en Babel, y tenía por ello unos mil años de antigüedad. Era la mayor ciudad en la más poderosa monarquía en el mundo.
Tenía un perímetro de 100 kilómetros, y contenía calles y avenidas de 32 kilómetros de longitud; sus murallas tenían una altura de 30 metros, y eran tan anchas que se podían conducir carros de guerra de tres en fondo encima.
Su población debe haber sido de más de 600.000 habitantes. Pero además era grande en maldad, y aquella maldad había subido hasta el mismo trono de Dios. Poco pensaban aquellos ricos y voluptuosos ninivitas que sus pecados secretos eran cometidos en presencia de Jehová.
Pero así era entonces, y así es ahora. Los pecados secretos de nuestras ciudades modernas suenan más ruidosamente en los oídos de Dios que el rugir y trepidar del tráfico en las calles. Nada puede silenciar este clamor más que la preciosa sangre de Jesús.
Ahora contempla el propósito para el que Jonás fue enviado a Nínive.
Él tenía que «pregonar contra ella». ¡Qué tarea! Un pequeño guijarro en el lecho de un río caudaloso y rugiente, clamando contra él. Pero el profeta no tenía que preocuparse del éxito, sino que tenía simplemente que obedecer el llamamiento, y dejar las consecuencias en manos de Aquel que le había llamado. Vosotros sois mis testigos, dice el Señor.
Cada testigo para Dios tiene que «pregonar contra» la maldad de su día y generación. La actual generación tiene la maldición de perros mudos que no pueden ladrar.
III. Su desobediencia. En lugar de ir a Nínive, Jonás huyó a Tarsis, o al menos lo intentó. Se levantó como una paloma soltada en un lugar extraño, dibujó un círculo de indecisión, y luego se lanzó en la dirección errada.
Quizá tú hayas tratado el llamamiento del Señor de la misma manera. Tú has oído su Palabra, y sabías que tenías que creerla y ser salvo, pero te apartaste de ella, y huíste del Señor.
Jonás sintió desagrado y, por así decirlo, mandó su dimisión como profeta. Es mucho más fácil dimitir que afrontar una dura dificultad. Cualquier insensato de corazón encallecido puede rehusar obedecer. Sí, es fácil huir de la voluntad de Dios, cuando el corazón no simpatiza con Él ni con su obra.
Si tratamos de sacudirnos de encima el llamamiento de Dios al arrepentimiento y a la fe, de cierto que descenderemos a la desolación espiritual. Piensa del pecado que hay en huir «lejos de la presencia de Jehová». ¿Por qué? Porque la presencia del Señor es intolerable para una voluntad rebelde.
Es debido a esto que los hombres clamarán un día a las peñas que caigan sobre ellos para que les oculten de su presencia. Ahora mismo Dios está llamando a los hombres a que se levanten y huyan a Cristo, pero en lugar de ello están huyendo a Nínive, tratando de ahogar la convicción en los placeres del mundo.
Habiendo huido Jonás, lo siguiente que tenía que hacer era «pagar el pasaje». Por ello, «pagando su pasaje, entró en [la nave]». Ah, pero Jonás tuvo que pagar más de lo que se pensaba.
El pasaje no se paga todo por adelantado. Joven, ¿has pensado alguna vez cuál es el precio del pasaje desde la presencia del Señor a la tierra de la impiedad? Mira aquel cuerpo abatido, aquella cara hinchada, aquel carácter corrompido, aquel hombre hundido en el alcoholismo, y verás que ahora está pagando el pasaje.
El hijo pródigo en el país lejano, en harapos y miseria, mirando con ojos anhelantes la comida de los cerdos, estaba pagando el pasaje de haberse alejado de su padre.
¿Cuál es el significado de aquel llanto y lamento en la eternidad? Es éste: Las almas que han huido de la presencia del Señor Jesucristo están pagando el pasaje. ¡Qué precio! ¿Estás preparado para pagar tu propio pasaje, o confiarás en el precio que Jesús ha pagado por ti? (1 P. 1:18, 19).