“y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” Filipenses 2:8
Obediencia es la acción de acatar la voluntad de la persona que manda, de lo que establece una norma o de lo que ordena la ley. Jesús nos dio ejemplo de obediencia al someterse a la voluntad del Padre y negarse a sí mismo. La obediencia cristiana es honrar y respetar la autoridad de Dios, hacer lo que Él nos pide o manda. Los cristianos debiéramos ser obedientes al Padre, tal como lo fue Jesús.
Jesucristo fue obediente al Padre que le encargó una misión: “y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades.” (Efesios 2:16) El Padre Dios quiso que el Hijo fuera instrumento de reconciliación de la raza humana y todas las cosas: “por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, / y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.” (Colosenses 1:19,20)
Jesucristo cumplió fielmente la misión encargada por el Padre, cual es dar su vida en lugar de nosotros, derramar su sangre para limpiarnos de todo pecado ante Dios y así satisfacer Su Ley: “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; / y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;” (1 Corintios 15:3,4)
La obediencia de Jesucristo fue a tal punto que se negó completamente a sí mismo, siendo sometido a la calumnia, la burla, el escarnio, la traición, la soledad, el desamparo, “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia;” (Hebreos 5:8) No es que Él necesitara aprender a obedecer porque fuese un rebelde, sino que tuvo que pasar como hombre un proceso de padecimiento, humillación y abnegación, para lograr nuestra justificación: “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.” (Romanos 5:19)
La obediencia de Jesucristo fue una completa entrega a la voluntad del Padre, obediencia que todo discípulo del Maestro debe aprender.
¿Qué características tiene la obediencia de Jesús?
1. Está consciente que ha venido para cumplir la voluntad del Padre.
“37 Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. / 38 Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. / 39 Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. / 40 Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.” (San Juan 6:37-40)
Jesucristo tuvo completa claridad de su misión en esta vida. Él debía:
a) Caminar mostrando el amor de Dios hacia la Humanidad a cada paso;
b) Formar un grupo de discípulos y apóstoles como inicio de la Iglesia;
c) Predicar el evangelio del Reino;
d) Morir en la cruz;
e) Liberar del Seol a los santos del Antiguo Testamento;
f) Resucitar y ministrar a Sus discípulos; y
g) Ascender a los cielos, para tomar toda autoridad.
Los seres humanos no siempre tenemos claridad de nuestro destino y sentido de vida. Una mezcla de obligaciones, deseos, inclinaciones, exigencias, nos confunde y no podemos descubrir aquello para lo cual fuimos puestos en esta vida. ¿Formar una familia, trabajar, ganar dinero, tener éxito, fama, gozar los placeres de la vida? Todo ello es secundario cuando nos damos cuenta que lo único importante es volvernos a Dios y hacer Su voluntad. Salomón asegura: “13 El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. / 14 Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala.” (Eclesiastés 12:13,14)
Así como Jesucristo tuvo por máxima misión salvarnos de la condenación eterna, el propósito nuestro ha de ser salvar nuestras almas y cooperar para que otros también sean salvos. Necesitamos tomar conciencia que hemos nacido de nuevo para cumplir la voluntad del Padre.
2. No busca hacer su propia voluntad.
“30 No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre. / 31 Si yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. / 32 Otro es el que da testimonio acerca de mí, y sé que el testimonio que da de mí es verdadero.” (San Juan 5:30-32)
La norma de vida de Jesús fue buscar la voluntad de Dios. Él lo había enviado a esta Tierra y Él se dedicó a poner por obra esa voluntad Divina. Aprendió obedientemente de sus papás, en cuanto ello no se contradijo con la sumisión que le debía al Padre Celestial; sirvió a Sus prójimos, como Dios le demandaba, sanando, salvando, alimentando, dando vida al pueblo, sin distinción de sexo, condición social, nacionalidad o raza; estableció a discípulos en el fundamento de la Verdad del Reino de Dios; en fin hizo todo lo que el Padre le ordenó, deponiendo cualquier deseo humano que pudiese haber en él, como atender a sus necesidades básicas, tener una esposa o realizar una profesión prestigiosa.
Para nosotros, los simples humanos, es muy difícil separar lo trascendente de lo temporal. Crecemos, nos educamos, buscamos el amor del sexo opuesto, tenemos hijos, trabajamos, a veces estudiamos una profesión, la llevamos con mayor o menor agrado... y si Cristo sale a nuestro encuentro, la vida cambia, conocemos la Verdad, una nueva visión abre nuestros ojos y recién comenzamos a buscar la voluntad de Dios.
Todo cristiano tiene una tarea que cumplir en la Iglesia. Ésta debe descubrirla, atendiendo a sus dones y a lo que el Espíritu Santo le indique. Como Pablo, debemos preguntarle por Su voluntad para nuestras vidas: “El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.” (Hechos 9:6) No debemos buscar hacer nuestra propia voluntad sino la de Él.
3. Su primera necesidad es cumplir la voluntad del Padre.
“31 Entre tanto, los discípulos le rogaban, diciendo: Rabí, come. / 32 El les dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis. / 33 Entonces los discípulos decían unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de comer? / 34 Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra.” (San Juan 4:31-34)
Comer es una de las necesidades más básicas del ser humano. Si dejamos de hacerlo podemos enfermarnos y hasta morir. Jesús pone por sobre esa necesidad, hacer la voluntad de Dios. Para Él obedecer a Dios es más importante que comer. Su único deseo es cumplirla y así terminar Su obra. Tal vez, Jesús no se refiere específicamente al hecho de comer sino que utiliza esta figura para destacar que hacer la voluntad del Padre y cumplir la obra asignada es tan y más importante que comer.
¿Consideramos los cristianos el evangelismo y la edificación de las almas, lo más importante en nuestras vidas, algo que es más importante que nuestras necesidades básicas? En el orden de prioridades del creyente, cumplir la gran comisión debería ser la número uno, y ésta comenzar por casa. En este hecho se basa la promesa de salvación para la familia: “29 El entonces, pidiendo luz, se precipitó adentro, y temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas; / 30 y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? / 31 Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. / 32 Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa. / 33 Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos. 34 Y llevándolos a su casa, les puso la mesa; y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios.” (Hechos 16:29-34) Todo discípulo de Jesucristo debe tener como primera necesidad cumplir la voluntad de Dios.
4. Es capaz de renunciar a su agrado para hacer la voluntad del Padre.
“39 Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron. / 40 Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación. / 41 Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, / 42 diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” (San Lucas 22:39-42)
La oración es una disciplina espiritual; nos acerca al Dios Todopoderoso y por tanto nos brinda la fuerza para enfrentar y detener toda tentación, activa en nosotros la templanza o dominio propio. En el monte de los Olivos, Jesús se presentó al Padre para que hiciera con Él como quisiese. No que Jesucristo no deseara cumplir la voluntad de Dios, que tuviera miedo o repugnancia al dolor, o que deseara un destino distinto para Él, sino que sólo quería cumplir la misión que el Padre le encomendó.
La carne de Jesús, en semejanza de hombre, sabía que enfrentaría dolor y muerte, por la traición de Judas, la hipocresía de los religiosos, la ignorancia del pueblo y la rudeza del Imperio Romano. Más Él renunció a la comodidad de una vida sin sufrimientos, para asumir Su destino en la voluntad del Padre.
No siempre somos capaces de renunciar a las comodidades y rutinas de la vida, para cumplir la voluntad del Padre. Hay mandatos éticos del Señor que podemos obedecer dentro de nuestro programa normal de vida, pero hay otras acciones que implican desprendernos de gustos personales y renunciar al placer, para tomar caminos con más riesgo y así cumplir misiones que Dios nos asigna.
Es muy claro el Maestro en el llamado que nos hace como discípulos: “24 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. / 25 Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. / 26 Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (San Mateo 16:24-26). Debemos ser capaces de renunciar a nuestro agrado para hacer Su voluntad.
5. Se niega a sí mismo y obedece hasta la muerte.
“5 Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, / 6 el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, / 7 sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; / 8 y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:5-8)
El Hijo de Dios se despojó a sí mismo de Su posición de Dios, pero sin perder Su poder –ya que pudo increpar a la tempestad, multiplicar panes y peces, sanar enfermos, limpiar leprosos, dar vista a ciegos, resucitar muertos, etc.- sino que deponiendo Su autoridad. Tomó la forma de uno que sirve a Dios como un esclavo, siendo Él mismo Dios. Fue hecho parecido a los hombres, pero siguió siendo Dios; puede afirmarse que en Él estaban la humanidad y la divinidad unidas. Siendo hombre se dispuso a la humillación llegando al extremo de dejarse matar, porque así era necesario.
Los verbos que utiliza el Texto para describir las acciones del Hijo hablan de Su gran amor:
• “no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse” Estuvo exento de ambición y vanidad, fue humilde al disponerse a cumplir la misión redentora.
• “sino que se despojó a sí mismo” Fue compasivo con la raza humana, al desechar la gloria que disfrutaba en la eternidad.
• “tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” Demostró su bondad hacia el género humano al tomar forma de hombre y nacer como tal, para salvarnos eternamente.
• “y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo” Por un bien mayor, nuestra salvación eterna, con altruismo, se humilló y dispuso a padecerlo todo.
• “haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” El amor magnánimo de Dios que “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” quedó demostrado en su pasión y muerte.
La obediencia a Dios nace del amor que ha sido derramado en nuestros corazones, un amor agradecido por la obra de salvación que hizo en nosotros. El temor de Dios puede confundirse con el miedo al infierno o a la condenación eterna; pero en verdad el temor de Jehová implica amor a Él que nos da la vida. Si usted ama a Dios, le obedecerá con agrado y se negará a muchas cosas que le causan placer. Para el progreso del Evangelio, ¡Cuánto necesitamos negarnos a nosotros mismos y obedecer hasta la muerte!
CONCLUSIÓN.
Jesucristo nos enseña en el Evangelio la virtud de la obediencia. Las características que tiene su obediencia son un ejemplo para nosotros: 1) Jesús está consciente que ha venido para cumplir la voluntad del Padre; 2) No busca hacer su propia voluntad; 3) Su primera necesidad es cumplir la voluntad del Padre; 4) Es capaz de renunciar a su agrado para hacer la voluntad del Padre; y 5) Se niega a sí mismo y obedece hasta la muerte. Tales características han de modelar nuestra propia obediencia a Cristo.
© Pastor Iván Tapia Contardo