Las emociones y la santidad están profundamente entrelazadas en la vida del creyente
Las emociones y la santidad son dos realidades que, aunque parecen opuestas, están diseñadas para trabajar juntas en la vida del cristiano.
Si hay algo de lo que podemos estar seguros esta mañana es que todos los creyentes que se encuentran aquí desean ver cambios graduales y permanentes en sus vidas.
El proceso de santificación implica parecerse cada vez más al carácter de Jesucristo y morir a las actitudes contrarias a Él.
Todo verdadero creyente se encuentra en un proceso de santificación, a través del cual nos vamos pareciendo cada vez más al carácter y a la imagen de nuestro bendito Señor y Salvador Jesucristo, mientras vamos muriendo cada vez más a todas aquellas actitudes y rasgos de carácter que son contrarios a Él.
Las emociones pueden ser un obstáculo si no ocupan el lugar correcto en nuestras vidas. Las emociones influyen en nuestras decisiones, relaciones, crecimiento espiritual y comportamiento.
Somos seres emocionales creados a imagen de Dios, quien también experimenta emociones.
Cómo funcionan las emociones
Ahora bien, ¿cómo funcionan nuestras emociones? ¿Cómo funciona ese aparato emocional que Dios colocó en nuestras almas? ¿Podemos ejercer algún tipo de control sobre nuestras emociones, o somos más bien controlados por ellas? ¿Cómo debe ser la interacción entre nuestras emociones y nuestra razón?
Seguramente han visto muchas veces esta situación: saber con la cabeza que tienen que hacer algo, pero en el corazón no tener el menor deseo de hacerlo. ¿Cuál de las dos facultades debe ir sentada en el asiento del conductor: la razón o las emociones? Esas son algunas de las preguntas que yo quisiera responder esta mañana.
Las emociones no son meras reacciones químicas; están ligadas a nuestra percepción y evaluación de la realidad.
No tengo un texto específico que vamos a estar exponiendo, sino que veremos una perspectiva bíblica general del manejo de las emociones, comenzando con una perspectiva del funcionamiento de nuestras emociones.
¿Cómo funcionan nuestras emociones?
Para responder esa pregunta, tenemos que entender que somos seres emocionales porque fuimos creados a imagen de un Dios emocional. Como decíamos hace un momento, Dios tiene emociones. Dios siente emociones, pero a diferencia de Dios, nosotros somos seres compuestos.
Dios es solo espíritu, mientras que nosotros somos cuerpo y alma. Tenemos una parte material, que es el cuerpo, y una parte espiritual, que es el alma. Esa parte material interactúa con la parte espiritual de una manera increíblemente misteriosa. No podemos entender completamente cómo actúan en nosotros el cuerpo y el alma.
Por ejemplo, ¿estás triste? ¿Dónde radica esa tristeza? Radica en el alma, pero esa tristeza que radica en el alma te lleva a llorar con lágrimas físicas que tú puedes palpar. Eso activa tus glándulas lacrimales, y es algo puramente espiritual. Un temor extremo puede paralizarte, dejarte sin voz. Un fuerte sentido de culpabilidad puede enfermarte.
Probablemente eso fue lo que le pasó a David cuando dice en el Salmo 32 que, mientras calló su pecado, envejecieron sus huesos. David se consumió físicamente por causa de su pecado.
Las emociones revelan nuestras creencias y valores. Por ejemplo, no tememos perder algo que no valoramos.
Las emociones se activan ante la percepción de algo, ya sea real o imaginario (por ejemplo, el temor ante un ruido nocturno, aunque no haya peligro real).
Jesús en el huerto de Getsemaní experimentó tristeza ante la perspectiva de su sufrimiento.
Nuestras emociones tienen una estrecha relación con nuestra percepción o evaluación de las cosas. Esta percepción puede ser real o no, pero el hecho de que percibimos la realidad de cierta manera es lo que produce en nosotros una reacción emocional.
Por ejemplo, el sufrimiento del Señor Jesucristo en el huerto de Getsemaní era real, causado por la perspectiva de un dolor real. El Señor sabía que unas horas más tarde estaría colgado de una cruz, que iba a recibir sobre sí todo el peso de la ira de Dios por causa de nuestros pecados. ¿Qué produjo eso en el Señor? “Mi alma está muy triste, hasta la muerte”, dijo Cristo. La perspectiva de ese dolor, que era real, produjo en el Señor una reacción emocional.
Ahora bien, puede darse el caso de una persona que experimenta una agonía real en su corazón ante la perspectiva de un problema irreal.
La Biblia dice: “No os afanéis por el día de mañana”. ¿Cuántas personas están esperando un problema que nunca llega, pero lo sufren como si fuera real? Aquí tenemos una agonía real producida por una cosa irreal.
De manera que, mis amados hermanos, las emociones no se producen en nosotros porque sí. Nuestras emociones no son meras reacciones químicas, como dicen algunos, sobre las cuales no tenemos ningún control.
Nuestras emociones se producen como resultado de nuestra percepción y evaluación de las cosas. Por eso, alguien ha dicho muy atinadamente que nuestras emociones revelan nuestras creencias y nuestros valores.
Las emociones y nuestros valores
Yo no tengo temor de perder aquello que, a mis ojos, tiene poco o ningún valor. Eso no me causa tristeza. Así que aquello que te causa una profunda tristeza es lo que revela dónde están tus valores, qué es lo que tú colocas por encima de los demás. Las emociones siempre tienen un objeto en la mira que, a nuestros ojos, posee algún valor.
Bryan Burkman dice, por ejemplo, que pensar en la ira no produce ira. Vamos a suponer que usted está en la universidad, están dando una clase sobre la ira. Eso no produce ira. Pero pensar en el aborto sí produce ira, ¿se dan cuenta? Pensar en la ira no produce ira, pero pensar en la injusticia del aborto sí produce ira, o debería producir ira.
Ahora, por supuesto, eso no significa que antes de experimentar una emoción nos detenemos a evaluar conscientemente lo que está sucediendo a nuestro alrededor para luego reaccionar. Eso es algo que ocurre de manera instantánea.
Por ejemplo, si en medio de la noche, a las tres de la mañana, estás profundamente dormido y escuchas un ruido atronador en la sala de tu casa, lo más natural es que sientas temor inmediatamente, aunque no tengas ni idea de lo que produjo ese ruido.
Ese temor se produce por la percepción de que puedes estar en peligro. No es necesario que el peligro sea real. Tal vez fue que se cayó una lámpara, el gato la tumbó. Puede ser que no haya un ladrón en la casa. El peligro no es real, pero basta con que tengamos la percepción de que podemos sufrir algún tipo de daño, y eso va a disparar en nosotros la emoción del temor.
Y lo mismo ocurre a la inversa.
Un individuo puede estar tan seguro de que van a darle un aumento de sueldo que ya lo está disfrutando sin tenerlo en la mano, aunque al otro día lo despidan de la empresa. Y eso, lamentablemente, pasa muchas veces. O puede suceder que un individuo esté tan seguro de que la muchacha que le gusta le va a decir que sí, que ya está experimentando la emoción de la boda, pero resulta que ella le dice que no.
Así es cómo funcionan nuestras emociones. El objeto de nuestra esperanza puede ser una mera ilusión, pero causa una emoción real.
Ustedes recuerdan que, luego de la victoria de Saúl contra el pueblo de Amalec, Samuel mandó a llamar al rey Agag, a quien Saúl había perdonado la vida, a pesar de que Dios le había dicho explícitamente que lo matara.
Dice la Biblia en 1 Samuel 15:32 que Agag vino delante de Samuel alegremente, pensando dentro de sí que el peligro había pasado. Un minuto más tarde, fue descuartizado. Su alegría fue real, pero su perspectiva de la realidad no lo era.
Nuestra responsabilidad en el control de las emociones.
Y eso nos lleva de la mano a nuestro segundo punto: nuestra responsabilidad en el control de las emociones. Ya vimos, y espero que se haya podido entender, cómo funcionan las emociones, cómo se disparan las emociones. Ahora, veamos en segundo lugar nuestra responsabilidad en el control de las emociones.
Si partimos de la presuposición de que nuestras emociones son impulsos primitivos o meras reacciones químicas sobre las cuales no tenemos ningún control, entonces no somos responsables por las emociones que experimentamos.
Sin embargo, es interesante notar que en la Biblia Dios nos da órdenes muy precisas con respecto a las emociones que nosotros deberíamos sentir con respecto a ciertas cosas. Dios nos da órdenes emocionales.
Por ejemplo, en Deuteronomio 6:5 dice que nosotros debemos amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas. Ese es un deber que Dios impone sobre el hombre, y eso no solo incluye nuestra voluntad, sino también nuestras emociones.
Lo que Dios espera de nosotros
Mis hermanos, lo que Él espera de nosotros no es una obediencia fría, formalista y mecánica a Sus mandamientos. Lo que Dios espera de nosotros no es una ortodoxia fría. Lo que Dios espera de nosotros es que le amemos, que le adoremos, que le alabemos, que le sirvamos con todo nuestro ser, y eso incluye nuestro intelecto, nuestra voluntad y nuestras emociones.
Somos responsables de cultivar emociones saludables. Aunque no controlamos directamente nuestras emociones, podemos influir en ellas a través de la meditación bíblica y la empatía.
¿Qué dice el Salmo 100? “Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra. Venid ante Su presencia con regocijo”. Nosotros debemos venir a la casa de Dios, debemos venir a encontrarnos con el pueblo de Dios y, sobre todas las cosas, debemos venir a la presencia de Dios con una expectativa de alegría.
Para ello, yo me imagino a algunos aquí pensando: “Pastor, pero es que yo no puedo darle una orden a mis emociones para sentir ciertas cosas o para dejar de sentir otras cosas. ¿Cómo hago eso?” Y eso es verdad, en parte.
Yo no puedo decirme a mí mismo: “Si estoy frío y apático, voy a la iglesia, vengo para la iglesia, voy a tener gozo, voy a tener gozo, voy a tener gozo”. De hecho, eso suele matar el gozo. Cuando tú te levantas por la mañana y dices: “Tengo que tener gozo”, eso no te va a producir gozo.
Expresiones de amor
Ahora bien, hay algo interesante en este texto de Deuteronomio 6 que acabo de citar. Dice el Señor: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Luego, el pasaje continúa diciendo:
“Y estas palabras que yo te mando hoy estarán sobre tu corazón. Y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos. Y las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas”.
En otras palabras, ese amor a Dios se nutre del conocimiento que obtenemos acerca de Dios por medio de Su revelación.
Para amar a Dios con todo nuestro ser—alma, intelecto, voluntad y emociones—necesitamos información fidedigna acerca de Dios, una información que, según este texto, debemos traer continuamente a nuestras cabezas y a la mente de nuestros hijos.
En otras palabras, hay una relación estrecha entre nuestras emociones y nuestro conocimiento, entre nuestras emociones y nuestro proceso de pensamiento.
Las emociones no son independientes de nuestra mente y voluntad. Podemos influir en ellas a través del conocimiento de Dios y la reflexión en Su Palabra.
Por ejemplo, el Salmo 18:1-3 dice el salmista: “Yo te amo, oh Señor, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en Él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio. Invocaré a Jehová, quien es digno de ser alabado, y seré salvo de mis enemigos”.
Una percepción adecuada de Dios
Estas expresiones de amor de parte del salmista surgieron de una percepción adecuada de Dios, fruto de la percepción y del conocimiento verdadero que el salmista tenía acerca de Dios. Dios es un refugio, Dios es un castillo en el cual podemos escondernos en tiempos de aflicción.
Y lo mismo podemos decir acerca del amor al prójimo. Los dos mandamientos más importantes son: “Amarás al Señor tu Dios” y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Y eso incluye emociones de compasión, emociones de misericordia. Ahora bien, ¿cómo surgen esas emociones en nosotros?
Escuchen este pasaje en Levítico 19:33-34: “Cuando el extranjero more contigo en vuestra tierra, no lo oprimirás. Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que more entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo; porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto”.
¿Se dan cuenta de esa conexión? “Lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto”. En otras palabras, la memoria de sus penurias, cuando ellos eran extraños, extranjeros y esclavos en Egipto, podía disponer sus corazones a experimentar misericordia y compasión por los extranjeros.
El hecho de ponernos conscientemente en el lugar del que sufre es una forma de cultivar algunas emociones que generalmente acompañan un amor genuino al prójimo.