No Seamos Casa Rebelde
“Porque yo Jehová hablaré, y se cumplirá la palabra que yo hable; no se tardará más, sino que en vuestros días, oh casa rebelde, hablaré palabra y la cumpliré, dice Jehová el Señor.” Ezequiel 12:25
Es el Señor quien nos habla en este día directo a nuestro corazón. Dios habla a la mente, pero también a los sentimientos y motivaciones más internas. Él quiere tocar nuestra vida y la única forma de tocar el interior del ser humano es llegando a su corazón.
Tocando la mente cambian los conceptos, puede haber nuevos razonamientos, pero es necesario que aquello baje también a nivel de emociones, de modo que sea una Palabra que produzca un cambio, un fruto.
Jehová nos va a hablar en este día, por tanto, estemos expectantes a esta Palabra. Cuando Dios da una orden, promete algo, muestra una visión o entrega un plan al hombre eso se cumple. No es como nuestras palabras que muchas veces son dichas al viento.
Tenemos ideas, deseos, anhelos de cosas y a veces incluso hacemos promesas, prometemos y juramos amor eterno sin embargo pasan unos años y ese amor ya no está, esa promesa no se cumple.
¡Cuántas veces prometemos y no cumplimos! A nosotros mismos nos hacemos promesas, propósitos que después por debilidad o diversas razones no cumplimos. Pero en el caso de Dios no es así, Él dice “Se cumplirá la palabra que yo hable”.
Por eso esta Palabra es tan segura. Cuando Dios promete algo en el Nuevo o en el Antiguo Testamento aquello se cumple. De hecho, todo lo que dice el Antiguo Testamento, profetizando acerca del Mesías, se cumple en el Nuevo Testamento. Dios no miente, es Verdadero, de una sola Palabra, Él habla y las cosas se cumplen.
A veces pareciera que está tardando la promesa de Dios, aquello que alguna vez el Señor nos dijo o que un ministro de Dios nos habló acerca de algo que tenía que suceder en mi vida, pero han pasado los años y eso no ocurre.
Mas el Señor dice que no se tardará. Desde nuestro punto de vista tarda pero ¿qué son 30, 40 o 50 años para el Señor? Nada porque Él vive en la eternidad que no tiene principio ni fin. En cambio, nuestro tiempo humano no es eterno; nacemos, vivimos y morimos a los 80, 90 o máximo 100 años; excepciones son los que viven más allá de esto. Dios es eterno y nosotros finitos, lo que para Dios es nada para nosotros es mucho.
Dios dice en este texto que no tardará más en cumplirse Su Palabra, sino que “en vuestros días”, o sea ahora, en este tiempo, en estos días se cumplirá.
Estamos leyendo al profeta Ezequiel, en el Antiguo Testamento, que está profetizando para el futuro y Él dice “en vuestros días”.
Fue anunciado el nacimiento del Mesías y el Mesías vino, Jesucristo vivió, hizo discípulos, formó a los apóstoles, sufrió la crucifixión, murió, resucitó y luego ascendió a los cielos y derramó el Espíritu Santo, el cual avivó y formó la Iglesia del Señor.
Ahora estamos en el tiempo de la Iglesia, en el Nuevo Pacto, en el Nuevo Testamento. Pero todavía esperamos algo que Jesús prometió: que volvería. Podemos leer desde nuestro punto de vista, en nuestro tiempo, esta Palabra para nosotros: no se tardará más.
El Señor nos trata de “casa rebelde”, tal como trató al pueblo de Israel, rebelde pues se apartaba de las enseñanzas de Dios, del Decálogo y comenzaba a adorar otros dioses, falsos, caer en la magia y artes que no están permitidas por el Señor, cosa que también sucede entre nosotros.
A veces somos idólatras, idolatramos personas, objetos, figuras, imágenes, personajes históricos o de la Iglesia; a veces idolatramos a los hijos, a la esposa y a nosotros mismos, nos auto idolatramos, somos vanidosos y ególatras. Idolatrarse y adorarse a sí mismo es egolatría. Somos rebeldes.
Cuando habla de “la casa” se refiere a la casa de Dios, al pueblo de Dios y en este tiempo a la Iglesia. Somos rebeldes, difíciles de someternos al Señor. Obviamente a Él nada le resulta difícil, pero nosotros nos hacemos difíciles con Él no haciendo Su voluntad ni siguiendo Su consejo, desobedeciendo a lo que está escrito en Su Palabra.
Él vino a este mundo y habló del amor, como debemos amar a nuestro prójimo, a nuestros hermanos e incluso a los enemigos; dar amor a Dios y al prójimo, así como nos amamos a nosotros mismos, pero si no nos amamos, sino que nos despreciamos, desvalorizamos, nos miramos mal, ¡Cómo vamos a mirar bien a otros! Somos rebeldes a ese mensaje de amor.
Jehová habla Verdad y cumple lo que promete. Todo lo que está escrito en la Biblia, esas 3573 promesas de Dios se cumplen. Una promesa es aquella frase en que Él dice que nos dará algo, pero casi siempre hay una condición. Pide de nosotros obediencia, fidelidad, verdad, amor u otra conducta. Por ejemplo, si eres generoso con otros, serán generosos contigo:
“Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir.” (Lucas 6:38)
Por cierto, no vamos a ser generosos por interés, sino que es algo que debe surgir en forma espontánea. El Señor nos pide que dejemos de ser rebeldes, que seamos obedientes. Tenemos que cambiar nuestra actitud y eso es el arrepentimiento. Arrepentirnos no es que nos empecemos a golpear el pecho, a llorar y lamentarnos, sino que realmente cambiemos. Seamos prácticos y cambiemos.
Algunos creen que el arrepentimiento es rasgar vestiduras, arrodillarse y llorar, decir muchas palabras que quizás son muy dramáticas, casi teatrales; hasta pueden ser una hermosa actuación, pero no tienen un resultado efectivo.
Lo que Dios quiere es el resultado y éste es un cambio en la manera de actuar, un cambio de actitud. Necesitamos pasar de una actitud rebelde a una actitud sumisa, sometida a Cristo, sometida a Dios y dejar de ser “casa rebelde”.
Él cumplirá Su Palabra. De eso debemos estar absolutamente seguros y es algo que hay que tomar en este día con fe, creer verdaderamente en las promesas de Dios, pero no olvidando de que sus promesas exigen de nosotros un cambio. Exigen obediencia, fidelidad, exigen una actitud sumisa, sometida a Dios. Siempre hago una distinción entre sumisión y sujeción. Tenemos que ser sumisos a Dios, no sumisos a nuestro prójimo.
No es que la mujer sea sometida al varón o el varón a la mujer o que los hijos se sometan a los padres. No, la sumisión es solamente a Dios. A Dios somos sumisos, pero sí sujetos los unos a los otros. Los hijos se sujetan a los padres, así como el bebé se sujeta al pecho de la madre, el esposo se sujeta a Cristo dice la Palabra y la esposa se sujeta al esposo.
Pero no debe abusar en esa sujeción el varón de la mujer, ni los padres de los hijos. Si los padres abusan con esa sujeción de los hijos y los someten entonces van a mover a los hijos a rebeldía y lo mismo va a pasar con un esposo que quiera someter a su esposa.
No se trata de someterla pues solamente estamos sometidos a Cristo; ella se sujetará en el sentido que confiará en él, lo amará, lo cuidará, lo seguirá y apoyará, pero también el varón cuidará, amará y servirá a su esposa, así como Cristo sirve a la Iglesia.
Todas estas cosas hay que entenderlas bien y no pasarlas por la filosofía actual del mundo que habla del patriarcado, el feminismo, el machismo y todos esos conceptos, sino que debemos verlas en el contexto de la Palabra de Dios y el Espíritu del Señor. Él quiere esposos, padres e hijos en armonía, desea que seamos felices en sumisión a Jesucristo.
Queridos hermanos: Confiemos en la Palabra del Señor y en Sus promesas. Actuemos conforme a esas Palabras y a esas promesas sabiendo que Dios finalmente cumplirá todo porque es Soberano porque Él es el Señor que no miente y actúa en forma totalmente segura pues tiene el plan del universo completo en Su mente y así logrará Su proyecto que es formar una familia eterna de hijos que lo aman, le adoran y que desean estar con Él porque él es todo sabiduría y amor. ¡Qué el Señor nos bendiga!
Oración: Padre, gracias por Tu Palabra, por lo que nos muestras en este día. Te rogamos que nos hagas personas obedientes y fieles, que confiemos en Ti y que cumplamos todo lo que el Evangelio nos enseña.
Que Tu Espíritu Santo nos ayude a cumplir Tu voluntad, amado Dios. Queremos ser buenos esposos, buenas esposas, buenos hijos, familias correctas que te sirven y respetan, amado Señor. ¡Alabado seas! En el nombre de Jesús. Amén.