EN MARCOS 13.10 hallamos estas palabras: «Y es necesario que el evangelio sea predicado antes».
Luego, en Mateo 24.14 encontramos la misma afirmación pero con un agregado: «Y será predicado este evangelio del Reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin».
Antes de comentar estos pasajes, deseo aclarar mi tema. No hago la pregunta: ¿retornará Cristo en el aire? Evidentemente, no hablo del rapto. Mi pregunta es: ¿retornará Cristo a la tierra? ¿Vendrá a establecer su Reino y reinar? ¿Retornará para poner fin a esta era presente e introducir la próxima?
¿Retornará a la tierra antes de que el mundo haya sido evangelizado?
Noten que no pregunto si retornará a la tierra antes de que el mundo se haya hecho cristiano. La palabra que he usado es «evangelizado» y hay una gran diferencia entre hacerse cristiano y estar evangelizado. Para comprender el mensaje, hay que comprender el tema: ¿Retornará Cristo antes que el mundo haya sido evangelizado?
Cuando leía al principio los pasajes a los que he llamado su atención, especialmente en Marcos, estaba perplejo. ¿Por qué, me preguntaba, usó el Señor Jesús la palabra primero? ¿Por qué no dijo, simplemente: «El evangelio ha de ser predicado en todas las naciones?» Eso habría tenido sentido. Eso lo hubiera comprendido. Pero no es eso lo que dijo. Intercaló la palabra primero. Anunció que el evangelio debía ser anunciado primero a todas las naciones. ¿A qué se refería? ¿Por qué usó la palabra primero?
Primera razón
Pienso que deseaba destacar la urgencia de esa tarea. Deseaba decir que antes de que hagamos cualquier otra cosa, debemos evangelizar el mundo. Esta generación sólo puede alcanzar a esta generación. Esta generación no puede alcanzar la generación pasada, pues los paganos de esa generación han fallecido todos y se han ido.
Los cristianos de la generación pasada eran los responsables por los paganos de su época. Esta generación no puede alcanzar la próxima pues cuando hayan nacido los paganos de la próxima generación, habrán muerto los cristianos de esta. La única generación que podemos alcanzar es la nuestra y, a no ser que la evangelicemos, esta generación nunca será alcanzada.
En el noroeste canadiense tenemos grandes campos cultivados. Cada otoño trenes especiales, cargados con cosechadores son enviados precipitadamente hacia estos campos. ¿A qué se debe el apuro? ¿Por qué esa prisa? ¿Por qué no hacerlo con tiempo? ¿Por qué no se hace más tarde? ¿Por qué ha de hacerse ahora? Pues tiene que ser ahora o nunca.
La cosecha no espera. Puede haber otra, pero esta puede perderse para siempre. Debe actuarse en los límites de una sola cosecha pues de lo contrario se pierde todo. A ello se debe el apuro. Lo mismo sucede con la mies del Señor: habrán algunos que alcanzarán la generación futura, pero esta generación se pierde y perecerá sin ser evangelizada. De allí la urgencia.
Alguna generación ha de completar la evangelización del mundo. ¿Por qué no la nuestra? ¿Por qué dejar eso a otra? La última generación no lo hizo, y la próxima quizá no lo hará. Debe ser completada, digo, entre los límites de una generación en particular. ¿Por qué no entre los límites de nuestra propia generación? ¡Lo podemos hacer si queremos!
Pero usted puede argumentar que si se ha tardado cerca de dos mil años para evangelizar el 35 por ciento de la raza humana, ¿cómo podremos evangelizar el 65 por ciento restante en pocos años? Completar esa obra, ¿no tomaría otros dos mil años? Pienso que no. Con nuestros rápidos medios de evangelización, puede hacerse en esta generación. Con nuestras modernas invenciones es posible.
Métodos modernos
Hoy usamos emisoras radiales colocándolas en centros estratégicos por todo el mundo. Por medio de ellas seremos capaces de irradiar el evangelio en los idiomas de millones, y alcanzar a más en una sola hora que antes en años.
Tenemos métodos para reuniones públicas. Pienso en un misionero del África del Norte que colocó un altoparlante sobre el techo de su vivienda y desde allí irradió el evangelio a toda la ciudad.
Personalmente, jamás habría podido penetrar tras de las puertas cerradas donde estaban enclaustradas mujeres musulmanas; tampoco podría haber logrado que le escucharan los hombres musulmanes. Pero su mensaje desde el extremo del techo perforó puertas y paredes de todas las casas y llegó a todas partes en la ciudad entera. Ese método evangelizará en cualquier parte, y acelerará la presentación del mensaje.
Estamos usando hoy miles de grabaciones. Las hacen los nativos mismos, y a pesar de que el idioma nunca haya sido reducido al escrito y que el misionero no conozca una palabra del mismo, estas grabaciones pueden llevarse a las poblaciones más remotas y cientos de oyentes ansiosos se amontonarán para escuchar lo cantado y grabado en su propia lengua nativa. La grabación repite siempre lo mismo, hasta que la gente la domina de memoria. No pueden discutir con ella, todo lo que pueden hacer es escuchar el mensaje y luego aceptarlo o rechazarlo.
Por medio de la aviación, un misionero puede hoy alcanzar en dos horas lugares que antes le habrían tomado, especialmente en las zonas montañosas, seis semanas. Además, al llegar a la reunión se halla descansado y fresco. El largo viaje por selvas, montañas y valles es algo ya del pasado.
Puede viajar desde su país natal hasta el campo misionero en pocas horas y llegar listo para su tarea. Si llega a enfermarse puede ser retornado a su patria, en caso de ser necesaria una operación de emergencia. Los aviones están resolviendo muchos de los problemas misioneros.
Estoy aguardando con interés el tiempo cuando viviendas prefabricadas, bien ventiladas, se embarquen a las regiones tropicales, de manera que el misionero pueda disponer de un lugar bueno, en caso de tener que huir del calor excesivo para estudiar y descansar. Una vivienda de esa clase agregaría muchísimo a la buena salud y mejor vida del misionero.
Con todos estos métodos para propagar el evangelio, podría ser bastante posible completar la evangelización del mundo dentro de los límites de nuestra propia generación, aunque haya aún más de mil tribus6 para ser evangelizadas. La urgencia de esa obra nos debe mover a la acción. Si la iglesia se hubiese percatado de la urgencia, el mundo ya habría sido evangelizado hace tiempo.
Esto significa que el trabajo único y más importante de la iglesia consiste en dar el evangelio a todo el mundo en el tiempo más breve posible. Cuanto antes, tanto más pronto retornará el Señor para instalar su Reino. Las discusiones sobre asuntos proféticos no le harán volver, pero realizando la tarea se logrará. Por consiguiente, «¿Qué esperamos, pues, que no hacemos volver al rey?» (2 Samuel 19.10, VP).
Segunda razón
En segundo lugar, pienso que Él deseaba acentuar que el mundo debería ser evangelizado, antes que Él mismo retornara para reinar.
Si se lee todo el capítulo, se descubre que tiene que ver con el final del tiempo de esta presente dispensación y con la conducción hacia la edad de oro. Pero mientras relata los acontecimientos, uno por uno, repentinamente se detiene y expresa: «Pero antes que estas cosas sucedan, antes que pueda terminar esta edad y nacer la nueva, primeramente debe ser anunciado este evangelio entre todas las naciones».
En Mateo están agregadas estas palabras: «y entonces vendrá el fin». Eso lo aclara. No se puede equivocar el sentido. La edad terminará cuando el mundo haya sido evangelizado.
En otras palabras, antes que retorne el Señor a la tierra para reinar en su esplendoroso, poderoso y glorioso milenio, el evangelio deberá ser proclamado a cada tribu, lengua y nación.
En el cielo habrá representantes de cada raza, de acuerdo al Apocalipsis, por lo que nuestra mayor obligación es la de anunciar el evangelio a toda la humanidad. Apocalipsis 5.9 dice que será así.
Mateo, lo sé, habla del evangelio del Reino. Predicó ambos, el evangelio de la gracia de Dios y el evangelio del Reino, constantemente.
El evangelio de la gracia de Dios son las Buenas Nuevas de que Jesús murió por los pecadores. El evangelio del Reino, en cambio, proclama las buenas nuevas del regreso de Jesús y su reinado. Ambos mensajes deben ser proclamados, ya sea el evangelio de la gracia o el evangelio del Reino, no hay diferencia. En ambos casos, es el evangelio: las Buenas Nuevas. Y ha de ser anunciado antes que venga el fin.
¡Oh, si nuestros políticos conocieran este programa! ¡Tratan de librarse de las guerras y matanzas, de abolir la pobreza y las enfermedades y, hasta donde sea posible, de eliminar la muerte! Celebran sus conferencias de paz, firman tratados, emplean dinero en ayuda humanitaria, y piensan que pueden lograr sus propósitos. ¡Qué poco saben!
Si conociesen el plan de Dios organizarían y enviarían al ejército más numeroso de misioneros que les fuera posible reclutar. Instalarían radioemisoras a disposición de organizaciones cristianas. Usarían su prensa para publicar el evangelio y, en pocos años, lograrían alcanzar a cada persona, hombre, mujer y niño, y todo el mundo sería evangelizado.
Entonces Cristo estaría aquí. Instalaría su Reino. La guerra desaparecería, cesarían enfermedades y pobreza, rara vez habría muerte ya que el hombre viviría la vida que se le ha asignado. Sería establecido el milenio y el gobierno humano acabaría. Cristo tomaría las riendas del gobierno y reinaría en este mundo con justicia. Habría una prosperidad que jamás se hubiese conocido.
Pero los gobernantes no lo saben y la iglesia sigue luchando. El mundo aún espera ser evangelizado y Cristo no regresa. ¿Cuándo —¡oh cuándo!— veremos el plan de Dios? ¿Cuánto hemos de esperar antes de emprender la tarea y realizarla?
Herejía peligrosa
Pero sé lo que algunos piensan. Lo oigo por todas partes. Dicen ellos: «Este no es el cometido de la iglesia. Deben hacerlo los judíos. Debemos dejárselo a ellos después que hayamos sido arrebatados».
No conozco herejía que pueda lograr más para cortar el nervio misionero. Además, no conozco una sola declaración en toda la Biblia que me conduzca a creer, por un simple instante, que los judíos deben evangelizar el mundo durante los días de la gran tribulación, como hay quienes piensan.
Si yo creyese eso, me cruzaría de brazos y no haría más cosa alguna. ¿Pensamos que después que se haya retirado el Espíritu Santo —y nos ha sido dicho que debe retirarse al irse la iglesia—los judíos podrán lograr más en siete años o algo menos, sin la ayuda del Espíritu Santo, en tiempo de persecuciones y martirios, que lo que hemos sido capaces en dos mil años,
con la ayuda del Espíritu Santo, cuando ha sido fácil ser cristiano? ¡Absurdo! ¡Imposible!
Además, si nada podrá lograrse hasta que la iglesia haya sido arrebatada, entonces sólo aquella generación, la que viva durante la tribulación, sería la única en ser evangelizada. ¿Puedes aceptar, entonces, que todas las demás generaciones se pierdan? ¿No te preocupa tu propia generación? ¿Vamos a permitir que nuestra generación se pierda y quedarnos satisfechos con que tan sólo la última sea evangelizada? La carga de Pablo fue por la primera generación de la era cristiana.
Aun suponiendo que aquellos tuvieran razón, haré todo lo que esté a mi alcance, pues la obra ha de realizarse alguna vez. Todos están de acuerdo en eso. Bien, pues, cuanto más haga actualmente, tanto menos tendrán que hacer los judíos. Pero si estás equivocado, ¡qué tragedia! Habrás fallado en la parte que concierne a la evangelización del mundo, y Dios te considerará responsable. Pienso que hay que realizarlo ahora.
Sólo una cosa
Cuando Jesús dejó a sus discípulos, hace cerca de dos mil años, les dio una tarea: la evangelización del mundo. Puedo imaginármelo hablándoles más o menos de esta manera: «Los dejaré y estaré ausente por largo tiempo. Durante mi ausencia, les pido que hagan sólo una cosa. Den este, mi evangelio, a todo el mundo. Fíjense que cada nación, lengua y tribu lo escuche por lo menos una vez».
Esas fueron sus instrucciones. Eso fue lo que les mandó realizar y lo comprendieron perfectamente.
¿Pero qué es lo que hizo la iglesia mientras Él estuvo ausente? ¿Hemos cumplido con sus órdenes? ¿Le hemos obedecido?
En realidad, hemos hecho de todo, excepto la única y sola cosa que nos encomendó. Jesús nunca nos indicó la construcción de colegios, universidades ni seminarios, pero lo hemos hecho. Nunca nos dijo que deberíamos erigir hospitales, asilos y hogares de ancianos. Nunca nos dijo que deberíamos construir templos ni organizar escuelas dominicales ni campañas, pero lo hemos hecho. Y lo teníamos que hacer, pues todo ello es importante y vale la pena.
Pero lo único que nos dijo específicamente que deberíamos hacer, ¡es lo que omitimos! No hemos entregado su evangelio al mundo entero. No hemos cumplido. ¡No hemos cumplido con sus órdenes!
¿Qué diría alguien si llama a un fontanero para arreglar las cañerías de su casa y sale, y al regresar lo encuentra pintando el frente? ¿Qué podría decirle? ¿No esperaría que hiciese aquello que pretendía de él? ¿Podría satisfacer al propietario demostrando que pensaba que la casa requería pintura? Por supuesto que no. Las órdenes deben obedecerse.
Hace más de dos mil años el Señor Jesucristo ascendió al trono de su Padre y se sentó a su diestra. Pero Él tiene su propio trono, el trono de su padre David, y es el sucesor legal. ¿Quién habría oído de un rey, que teniendo un trono propio, estaría satisfecho de ocupar el trono de otro rey?
Cristo desea retornar. Está ansioso por reinar. Es su derecho. Entonces, ¿por qué espera? Espera que nosotros hagamos lo que nos ha asignado. Espera que hagamos aquello que Él nos ha encomendado. Muchas veces se dirá mientras está allí sentado: «¿Por cuánto tiempo me harán esperar? ¿Cuándo podré regresar a la tierra para ocupar mi trono y reinar?»
La hacienda entera
Imaginemos una hacienda. El patrón dice a sus obreros que tiene que ausentarse, pero que regresará. Y mientras él se halla ausente, han de mantener todo el campo cultivado.
Comienzan por trabajar alrededor de la casa. Hermosean los jardines y los canteros. El año siguiente crece la hierba y nuevamente se dedican a la tarea, dejando el césped en perfectas condiciones. Alguien recuerda las órdenes del patrón.
—Debo ir—razona—; nuestro patrón nos encomendó que cultivemos todo el establecimiento. Se prepara para dejar el lugar.
—Pero—le dicen—, no podemos perderte. Mira qué rápido crece el césped. ¡Te necesitamos aquí!
A pesar de sus protestas deja el lugar y comienza con el trabajo en un lugar apartado del establecimiento. Más tarde otros dos recuerdan las órdenes del patrón y, a pesar de las objeciones, ellos también salen de allí y cultivan otra parte del establecimiento.
Al final, vuelve el patrón. Se siente complacido al ver los canteros de flores y jardines, y el césped alrededor de la casa. Pero antes de recompensar a sus operarios, decide explorar el resto del establecimiento y, al hacerlo, su corazón decae, pues sólo ve que todo está yermo y pantanoso y se da cuenta de que ni siquiera hubo intención de cultivarlo.
Finalmente, en un sector distante, llega al hombre que había decidido trabajar por sí mismo y lo recompensa abundantemente. Descubre a los otros dos en otro lado y los recompensa también.
Luego regresa al asiento del establecimiento donde se hallan los empleados esperando una recompensa, pero su rostro demuestra disconformidad.
—¿No hemos sido fieles?—preguntan—. Mire esos canteros de flores y jardines. Mire este césped, ¿no son bellos? ¿No hemos trabajado fuertemente?
—Sí—contesta—, han hecho lo mejor que pudieron. Han sido fieles. Han trabajado diligentemente.
—Bien, pues—exclaman ellos—. ¿Por qué se halla usted disconforme? ¿No nos hemos hecho acreedores de recompensa?
—Hay algo que se han olvidado—contesta él—. Se han olvidado de mis órdenes. No les dije que trabajaran los mismos jardines, el mismo césped una y otra vez año tras año. Les dije que cultivaran todo el campo, que lo cultivaran por lo menos una vez. Eso no lo han hecho, ni siquiera lo han intentado, y cuando sus compañeros insistieron en hacer su parte, se lo han objetado. No, no hay recompensa…
Pienso que muchos se desilusionarán; usted podría ser uno de ellos. Habrá ganado varias almas en su ciudad. Habrá sido lo más leal posible a su iglesia; pero, ¿qué ha hecho por aquellos que se hallan en tinieblas?
¿Jamás se le ha ocurrido ir usted mismo? ¿Jamás se le ha ocurrido dar dinero para que otro pudiese ir? ¿Ha orado? ¿Qué parte ha hecho en la evangelización del mundo? ¿Ha obedecido las órdenes? ¿Ha hecho todo lo que podría para cultivar todo el establecimiento? ¿O se ha sentido satisfecho con el trabajo en su propia comunidad, dejando que el resto del mundo perezca?
Si deseas que Él te diga: «Bien, buen siervo y fiel, […] Entra en el gozo de tu Señor» (Mateo 25.23), y si deseas recibir la recompensa prometida, la diadema o la corona, es mejor que entres a la tarea y hagas todo lo que puedas para proclamar su evangelio a todas las naciones, o serás un cristiano que no estará presente en el día de la recompensa.
Vé y haz tu parte. Vé tú mismo o envía a otro. Hay algo que podrás hacer y el tiempo es corto.
Todo el campo debería haber sido cultivado y es todo el mundo que ha de ser evangelizado. «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Marcos 16.15). Recordemos, pues, que: «será predicado el evangelio del Reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin».
Es esta su contestación a la pregunta: «¿Cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo?» Eso es lo que querían saber: la señal que precedería e indicaría el fin. Su respuesta a la pregunta de Mateo 24.3 se encuentra en el v. 14, y es esta: «Será predicado este evangelio del Reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin». Todas las demás predicciones indican la proximidad del fin, sólo esta única, el fin mismo. Esa misma palabra primero es la que aparece también en Marcos 13.10.
Estas, pues, son las dos razones por el uso de la palabra primero. Es urgente. No hay que perder tiempo, merece primordial consideración. Es el programa de Dios: primero la evangelización del mundo, luego el reino de Cristo. Regresará para establecer su Reino cuando todas las naciones hayan oído el evangelio. Hagamos, pues, nuestras tareas y no descansemos nunca hasta que estén cumplidas.