Salvados con Dificultad
«Si el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador?» (1 P. 4:18)
Se ha pensado que debido a que Pedro escribió su primera epístola diez años antes de la destrucción de Jerusalén, lo anterior es una profecía. Sí sabemos que cuando Cesto Gallo atacó la ciudad, muchos del pueblo del Señor estaban dentro; cuando insólitamente levantó el sitio por un corto tiempo, los cristianos huyeron inmediatamente a Pella, en el dominio del rey Agripa, aliado de Roma, y allí quedaron a salvo. Apenas habían tenido tiempo de abandonar la ciudad que el ejército romano volvió al mando de Tito, y ya no dejaron su sitio hasta haber destruido el templo, arrasado la ciudad hasta el mismo suelo y matado hasta un millón de sus desgraciados habitantes.
Puede que así sea, pero estamos bien seguros de que este versículo tiene una aplicación mucho más profunda que la acabada de mencionar. Se refiere a la cuestión de la salvación, y señala a que somos salvos con dificultad.
«Con dificultad» no significa que haya el menor grado de incertidumbre sobre nuestra salvación. La salvación del creyente está asegurada en Cristo; el creyente tiene el goce presente de la salvación, y está tan seguro de alcanzar el hogar más allá como si ya estuviese allí. Tampoco significa que aunque nuestra salvación final está asegurada, llegaremos allí igual que un marinero náufrago alcanza la playa dificultosamente sobre un pecio.
Sin duda, ésta será la manera en que muchos llegarán al hogar, pero no es el ideal de Dios para nosotros (ver 2 P. 1:11). Él desea que tengamos amplia entrada: que pasemos triunfantes por las puertas, y no arrastrándonos por ellas. Como alguien ha dicho, si hay asientos traseros en el cielo, ya habrán sido todos tomados hace mucho, mucho tiempo.
Esta palabra se emplea en Hechos 14:18 y 27:7 en el sentido de algo que se hace sólo con dificultad. Y hay tres dificultades que podemos mencionar.
I. Atributos. Dios tuvo una dificultad consigo mismo acerca de nuestra salvación, debido a sus atributos. En la parábola del Señor acerca de los labradores malvados hay una sola frase repleta de significado:
«¿Qué haré?». Aquí se presenta a Dios como frente a un dilema. A menudo nos referimos al sencillo plan de la salvación, y, gracias a Dios, es sencillo y llano. Pero por esta causa hay un peligro de pensar a la ligera acerca de él, un peligro de olvidar la dificultad de la salvación debido a la sencillez del concepto. Las cosas sencillas a menudo son muy dificultosas. Se precisa de un genio para producir un bien sencillo que llega a ser un beneficio y una bendición para la humanidad.
El sencillo plan de salvación fue obrado sólo a costa de mucha angustia y afán. La dificultad residía en Él. Él no tenía dificultad en amarnos, ni tampoco en inducirse a Sí mismo a desnudar su brazo en nuestro favor. La dificultad residía en sus atributos, particularmente los de Misericordia y Verdad. La Misericordia clamaba por la salvación del hombre, mientras que la Verdad y la Justicia exigían la condenación del hombre. En el Salmo 85:10 se nos habla de la reunión de la Misericordia y de la Verdad: «La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron».
Ésta es una profecía que se cumplió en la Cruz. En la parábola a la que ya hemos hecho referencia, la de los Labradores Malvados, el problema fue resuelto enviando al Hijo. ¡Oh, la sabiduría de Dios!
Bien podía Pablo, en Efesios 1:7, 8, ensalzar la sabiduría del Señor en el desarrollo de su plan de salvación. Tan sabio y prudente ha sido Él para resolver esta gran dificultad, que el Cielo se maravilla y el Infierno tiembla. Ni el diablo puede encontrar fallo alguno en el programa divino de la redención. Todos los atributos de Dios están ahora obrando para la salvación del hombre.
II. Terquedad. Dios resolvió la gran dificultad acerca de sus atributos únicamente para encontrarse con otra, la dificultad con los injustos debido a la terquedad de ellos. Él desea la salvación del hombre, pero el hombre, dejado a sí mismo, no la desea, aunque la necesite desesperadamente. Y recuerda la delicadeza del Señor. Él nunca obligó a nadie. «Hacia la cuarta vigilia de la noche viene hacia ellos caminando sobre el mar, y quería pasarles de largo» (Mr. 6:48).
«Llegaron a la aldea adonde iban, y él hizo como que iba más lejos» (Lc. 24:28). Sí, no quería obligarles, sino que esperó a su invitación. Pero la dificultad con la terquedad del hombre la ha resuelto en el caso de multitudes de hoy, gracias a Él. Mediante su Santo Espíritu y su poderosa Palabra, y mediante sus siervos, pone sitio a la ciudad de Alma Humana. ¿Te has rendido ya a su amor?
III. Extravío. Dios tiene también una dificultad con los justos, debido a su extravío. Si la terquedad de los injustos presenta una formidable dificultad para el Señor, ¿qué diremos del mismo pueblo salvo del Señor? Si Lot afligía cada día su alma justa al vivir en Sodoma, fue sin embargo una dura prueba para el Señor, y es solo con dificultad que pudo ser rescatado de la ciudad sentenciada.
¡Y qué problemas tuvo con el extraviado Pedro; y cuántos problemas tiene también con todos nosotros! La declaración en la Escritura que encabeza este estudio deja clara, de una vez por todas, la cuestión de la salvación más allá de esta vida. Si Dios encuentra tan difícil la salvación de la persona, y ello con la cooperación del Espíritu Santo y la ayuda del Libro Santo y de los creyentes, ¿qué esperanza puede haber de salvación en el Infierno, donde no habrá ninguna de estas ayudas?