Juan 13.1-11
El evangelio de Juan es exacto al decir que Jesús amó a los discípulos hasta las últimas consecuencias. Este pasaje lo demuestra elocuentemente.
Es el amor la motivación más profunda del cristiano, el motor que lo mueve a hacer lo que hace por la causa del Señor. Porque Jesús amaba a los suyos les lava los pies, es decir, les sirve.
Es en este episodio donde Jesús pone de manifiesto, con mayor profundidad, lo que es el servicio.
Es aquí donde él nos enseñó que servir es ser humilde, aparte de tener amor probado. Amor y servicio, entonces, es una pareja que jamás debemos divorciar.
La misión de Jesús: servir. Marcos 10.45 nos declara que Jesús vino para servir, no para ser servido. Su misión incluía el servicio.
Sabía que todas las cosas estaban en sus manos (3), y sirve con más fervor. Sabía que había venido de Dios (3) y ello lo impulsaba más a servir.
Finalmente, sabía que iba a ser traicionado, negado (11), y que sus discípulos lo abandonarían casi en el momento de llegar a la meta, la cruz, no obstante, perfeccionó el amor mediante el servicio.
Jesús hizo un trabajo de esclavo. Lavar los pies a los invitados y amigos era un trabajo reservado a los esclavos.
Ninguna persona importante llegaría a rebajarse de esa manera. Cristo, que era el Señor del universo, y el que está por encima de los más encumbrados hombres de todos los tiempos, lo hace. De nuevo, ¿por qué lo hizo (1)?
Para pensar. “El mundo está lleno de gente que está de pie sobre su dignidad cuando debería estar arrodillada a los pies de sus hermanos”.
¿Somos realmente siervos, empapados de amor o nos encanta que los demás nos sirvan?
Oración. Haznos, Dios nuestro, siervos, no grandes señores.