Juan 1.42; 47.51; Lucas 19.1-9
Había tres personas en Mateo el publicano: 1. el publicano a quien vieron sus asociados; 2. el Mateo que vió Mateo; 3. el Mateo que vió Jesucristo. ¿Quién vió correctamente? El Mateo que vió Cristo fue el verdadero Mateo; así, pues, resultó ser el Mateo de las potencialidades infinitas. En ti hay tres personas: aquella que ven quienes te rodean, la que tú ves, y la que ve Cristo, o sea la persona del futuro.
Todo depende de la persona en quien fijamos el centro. Si hacemos centro la persona que los demás ven, nos gobernará lo que los demás piensan de nosotros y estaremos pendientes para ver el efecto que producen nuestras acciones en quienes nos rodean. No accionaremos; reaccionaremos más bien.
Seremos un eco, no una voz, una cosa, no una persona. Si consideramos como centro la persona que nosotros mismos vemos, nos desanimaremos, porque, ¿quién de nosotros no tiene algo escondido en su vida que lo hace abochornarse y sentirse humillado? Si es en nosotros mismos donde ponemos el centro, nos gobernarán inhibiciones; lo que hemos sido y lo que somos.
Pero nos queda la tercera persona, o sea la que ve Cristo. ¡Qué gran persona! Es nuestro yo sometido a Dios, que coopera con El haciendo uso de Sus recursos; ese yo desprendido de lo que hemos hecho y de lo que hemos sido, vigorizado por la visión y la energía divinas; ese yo que hace cosas más allá de nuestra capacidad, sorprendiéndonos y sorprendiendo a los demás; eso yo sereno, fructífero y progresista. Ese es el verdadero “yo”. Que sea Cristo nuestro y todo será posible.
Jesucristo no mira en el hombre lo que ha sido o es, sino lo que va a ser, y eso es lo propio. El escultor no ve la piedra, sino lo que va a hacer con ella: una figura viva. Un grupo de cristianos sinceros tiene este lema: “Dios es mi aventura”. Espléndido; y podríamos nosotros añadir: “Dios es mi aventura, y también la persona que seré en Dios”.
Dios, me aventuro en Ti. Estoy haciendo a un lado mi horizonte finito para hacer lugar a tu horizonte infinito. Me despido de mi pequeñez al ver tu grandeza. En lugar de mí, “Yo”, estoy adueñándome de Tu “Yo”: He roto mis lazos con lo que fué. Heme aquí. Amén.
Tomado del libro: Vida en abundancia