No hay palabra más querida para cualquier ser humano que aquella que lo distingue de los demás. Aparte de aquella simple palabra, se desencadenó en el alma de María una serie de consecuencias.
Despertó. Antes estaba como aturdida, confundida, con la mente nublada. Ahora, de repente, volvió a sus sentidos y vio lo que realmente siempre debió ver.
Aquella demostración de Jesús de que se interesaba personalmente en ella, antes que nada, le hizo ser ella misma.
Quizás a todos nos haya ocurrido que algún gran dolor nos haya hecho perder conciencia de lo elemental: debemos aprender a oír el llamado por nombre del maestro.
Comprendió sus errores. María tenía una serie de ideas equivocadas: que Cristo estaba muerto, que necesitaba su perfume, que era lógico su llanto y hasta que ese hombre era el jardinero.
Todo era lógico y además era fruto de un corazón amante. Pero era falso. Cuando el
Señor la despertó de su confusión, comprendió la verdad: él había resucitado.
¿Cuáles son los errores que nosotros debemos abandonar hoy?
Se identificó con Cristo. María demostró una identificación con su Señor, que más tarde Pablo llamaría “estar en Cristo”.
Nada ganaremos, como experiencia cristiana, si nos quedamos en los puntos anteriores.
Se puso en acción. No se quedó con su Señor aunque tal es lo que hubiera querido.
Por el contrario, se apresuró a volver a la ciudad y contar a los discípulos lo que había comprobado directamente y repetir las palabras que había escuchado de los labios divinos. Esa era la verdadera prueba de amor.
Oración. Señor, que te reconozca y te obedezca siempre.