En el pasaje de hoy, encontramos al profeta Elías luchando con esos dos aspectos de su relación con el Señor. Solo un capítulo antes, él había experimentado la victoria por el poder maravilloso de Dios, en un enfrentamiento con cientos de falsos profetas (18.17-40). Sin embargo, inmediatamente después de eso, Elías temió por su vida, y huyó.
El profeta sabía intelectualmente que el Soberano del universo era más que capaz de protegerlo. Pero lamentablemente, el temor por su vida había creado una brecha entre el conocimiento que tenía del poder y el interés de Dios por él, y la intimidad que tenía continuamente con Dios. Así que como resultado, Elías huyó.
Elías llegó al monte Horeb, donde esperaba que Dios pasara de largo. Luego, tres poderosas fuerzas de la naturaleza llegaron a ese lugar en rápida sucesión. Pero el profeta sabía que Dios no estaba en esos dramáticos eventos.
Después que el viento, el terremoto y el fuego cesaron, Elías escuchó un débil y suave soplo. Reconoció de inmediato que se trataba de Dios, y de ese modo descubrió a su Señor, justo en medio de esa tenue brisa.
¿Está usted escuchando atentamente la tenue voz de Dios? ¿O a menudo se encuentra distraído por las fuerzas dramáticas que claman por su atención? Pida a su Padre celestial que atenúe el ruido, para que pueda aprender a detectar su suave susurro capaz de transformar vidas.