Isaías 29.9-21
Isaías nos enseñaba que la maldad llega a tal punto que se vuelve impermeable a la reprensión (26.10). Hoy nos habla de enceguecimiento provocado por la desobediencia.
La incapacidad de ver (10-12). El hombre o el pueblo que mantienen voluntaria y obstinadamente cerrados los ojos a la verdad y la justicia de Dios terminan por perder la capacidad de ver.
La ceguera que se produce es tan grave, como dicen otros pasajes, que se llega a llamar bien al mal y luz a la oscuridad. Este es, a la vez, su castigo.
El culto y la sabiduría no remedian el mal (13-14). Cuando no van acompañados de obediencia, el culto resulta sólo una charla hueca, una repetición de formulas (13). Isaías no condena el ritual (que Dios mismo ha dado) sino un culto sin justicia ni rectitud.
Y la sabiduría resulta igualmente incapaz de entender los juicios de Dios sino se acompaña de obediencia (14).
La estupidez de la maldad (15-16). La ceguera es tal que piensan engañar a Dios, haciendo sus propios planes para resolver los problemas contra su voluntad.
Dios prepara su liberación (17-21). El juicio es inescapable. Pero, según la enseñanza de Isaías, habrá un “resto fiel” del pueblo. Son los “pobres”, que no se han enriquecido en la injusticia. Por medio de ellos volverá a verse la luz y a escucharse la Palabra (18).
Para pensar. La constante tentación de los hombres y los pueblos es encontrar sustitutos a la justicia y la verdad, un culto muy elaborado, interpretaciones ingeniosas o “habilidad” política o económica.
Isaías lo dice, sin justicia hacia los débiles y obediencia a la voluntad de Dios, todo esfuerzo humano termina en desastre.
Oración. Señor, haznos más humanos a la luz de tu voluntad.