Mat. 26:42; 1 Cor. 12:7-10; Sal. 143:10.
Es de saber, que todo, desde lo mineral hasta el hombre tiene que fundirse en algo superior para poder encontrarse.
Amamos a Washington los norteamericanos, porque sepultó al Washington de Mount Vernon entregándose a la causa de la libertad, y de esta manera vive ahora en nuestros corazones como el Padre de nuestra Nación.
Amamos a Lincoln porque se perdió a sí mismo en la causa de la libertad de los negros, y se halló convirtiéndose en el gran Emancipador.
Toda vida llega a esta conclusión:
“Más dulce es la tonada,
Siempre que en el canto
El cantor se pierde”.
Perdemos el “Yo-que-es” para hallar el “Yo-que-debe-ser”.
Esto se hace mediante una entrega absoluta de una vez para siempre; pero también mediante un proceso constante.
El proceso constante es la oración. La oración es fundamental y esencialmente una entrega de nosotros mismos.
Una vez le pregunté al gran cristiano japonés Kagawa qué es lo primero en la oración y el me contestó: “Rendición”. Tenía razón.
Pero la idea de rendición destruye la idea que tenemos de la oración como un método para obtener de Dios lo que deseamos. Esta idea es de aserción propia. La oración es en realidad rendición propia.
¿Diremos entonces que la oración es sumisión pasiva? ¿Renunciación de la voluntad de vivir? ¿Voluntad de morir? Lejos de eso.
La oración es el deseo de morir para una vida derrotada, vacía, agotada, y la voluntad de vivir en un nivel superior, victorioso, pleno, eficaz; el deseo de alcanzar una vida cósmica.
Es renunciación de de nosotros mismos para encontrar nuestra realización. Renunciamos a nuestro yo insignificante para abrir paso a nuestro Yo potencialmente superior.
La oración es como el alambre que se somete a la dínamo, como las flores que se someten al sol. Como el niño que se somete a la educación, como el enfermo que se somete a los cuidados del médico: “¡la parte que se somete al todo!”; La oración es la vida inferior que se somete a la Vida superior.
La rama que no está sometida a la vid, que esta aislada, no es precisamente libre; a muerto. La persona que no ora no es libre, carece de poder. Es el ciego que se rehúsa a entregarse a los cuidados del oculista para recobrar la vista.
Es libre en el sentido de que no se somete a los cuidados médicos; pero permanece ciego.
Oh Dios y Padre mío, perdóname el que haya tenido miedo de someter mi voluntad imperfecta a tu Voluntad redentora. Tengo miedo a la vida. Ayúdame, ahora que comienzo a orar, a no considerar la oración como una cosa secundaria. Que la oración sea yo mismo, para poder ser Tú. Quiero tener tu vida para poder vivir en realidad. Por Cristo Jesús. Amén.