Isaías 6:1-13
La visión de Isaías (1-4). El Señor está en su templo. Los serafines (seres celestiales al servicio de la revelación de la gloria de Dios) cubren sus rostros y cuerpos mostrando de este modo la diferencia que hay entre ellos mismos, criaturas, y Dios, el Creador.
No pueden mirar a Dios y seguir viviendo, pero pueden y deben testificar de su santidad que es manifiesta a todos en el mundo entero. Lo hacen empleando la majestuosa frase: Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos.
Preparación (5-7). La visión del Señor y el testimonio de los serafines producen un tremendo impacto en el profeta. Le lleva a hacer un análisis de sí mismo y de su pueblo y su veredicto es definitivo y serio: ¡Inmundos!
Un pueblo inmundo no puede y no se atreve a vivir en la presencia de un Dios santo. Ante esta confesión objetiva y honesta el Señor responde con divina limpieza tocando la boca del profeta con una brasa ardiente tomada del altar.
Llamamiento (8-11). El arrepentimiento sincero y la limpieza divina preparan al profeta para oír y entender claramente las preguntas del Señor: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?
Además le capacitan para responder afirmativamente y de manera decisiva: “Aquí estoy, envíame a mí”. ¿Qué podría tener más importancia después de haber oído el llamamiento personal del Señor?
Comisión (9-11). La tarea del profeta, sin embargo, es de lo más desalentadora. Hablar a un pueblo que no quiere escuchar, decirle algo que no quiere entender, mostrarle el camino de Dios sabiendo de antemano que no lo percibirá, es tarea difícil.
¿Entonces no hay esperanza? Sí. Un “remante santo” será la promesa y el cumplimiento de esta nueva esperanza.
Para pensar. ¿Cómo y para qué tarea nos llama hoy el Señor?
Oración: Hechos 4:24-30
Publicado: Editado: 2038