Isaías 36.11-22
El incidente de los versículos 11-22 ilustra el problema interno de la ciudad amenazada. El pueblo comienza a preguntarse si la confianza de sus dirigentes estará justificada. Tal vez sería mejor hacer algunas concesiones al enemigo y evitar malos mayores.
El oficial asirio aprovecha la oportunidad y se dirige directamente a los soldados (por eso no emplea el idioma “diplomático” sino el dialecto del pueblo). Trata de introducir una cuña entre el pueblo y sus gobernantes (11).
Pero más allá, el discurso tiende a minar la moral judía ridiculizando la confianza en Dios. Dos son los principales argumentos:
Disfrazar el cautiverio (16-17). El oficial deja en claro que les llevarán en cautiverio, pero disfraza la situación como si la deportación masiva fuera en realidad un viaje de placer a una tierra de promesa. Conociendo la proverbial crueldad de las deportaciones asirias, el engaño es evidente.
¿Para qué servirá Dios? (18-20). El verdadero poder es el de las fuerzas armadas asirias, dicen. Ningún dios las ha podido resistir; el de Judá no correrá mejor suerte. ¡Más vale arreglarse con el poder visible y real del ejército asirio que confiar en el poder imaginario de un dios invisible!
Aparentemente, la disciplina del pueblo alcanzó – al menos en este caso – para resistir la desmoralización (21). Los argumentos asirios, sin embargo, no dejan de tener fuerza.
Ante el triunfo aparentemente aplastante de las fuerzas de la injusticia y del engaño, ¿no nos hacemos nosotros también las mismas preguntas?
Oración. Padre, danos la fe que es capaz de esperar contra esperanzas y resistir la tentación del desaliento y la capitulación.