¿Qué es la gracia?
Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. ROMANOS 5.1–2
Gracia es una palabra terriblemente mal entendida. Definirla de manera sucinta es muy difícil. Algunos de los libros de texto de teología más completos no ofrecen una definición concisa del término. Alguien ha propuesto que Gracia es las riquezas de Dios a expensas de Cristo. Esta no es una mala manera de caracterizar la gracia, pero no es una definición teológica suficiente.
En el corazón del término gracia está la idea del favor divino. Intrínseco a su significado están las ideas de favor, bondad y buena voluntad. Gracia es todo eso y más. La gracia no es meramente favor inmerecido, sino que es favor otorgado a pecadores que merecen la ira. Mostrarle amabilidad a un extraño es «favor inmerecido», hacer el bien a los enemigos es más el espíritu de la gracia (Lucas 6.27–36).
La gracia no es una cualidad latente o abstracta, sino un principio dinámico, activo y obrador: «La gracia de Dios se ha manifestado para salvación… enseñándonos» (Tito 2.11–12). No es una especie de bendición etérea que se encuentra inactiva hasta que nos apropiamos de ella.
La gracia es una iniciativa soberana de Dios hacia los pecadores (Efesios 1.5–6). La gracia no es un acontecimiento de una sola vez en la experiencia cristiana. Nos encontramos en la gracia (Romanos 5.2). Toda la vida cristiana es impulsada y fortalecida por la gracia: «Porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia, no con viandas» (Hebreos 13.9).
Pedro dijo que debemos «creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (2 Pedro 3.18). De modo que podríamos definir correctamente la gracia como la influencia libre y benevolente de un Dios santo operando soberanamente en las vidas de pecadores que no la merecen.