Los que creyeron (45). Pese a la reacción contraria de sus compatriotas, muchos judíos creyeron en el Señor. Es muy probable que un buen porcentaje de éstos fueran amigos de María y Lázaro.
Ello nos demuestra cuánto impacto puede hacer el Evangelio entre nuestros amigos no cristianos cuando actuamos con ellos sinceramente.
En la conversión de este grupo influyó también el poder de las obras de Jesús. La gente cree cuando ve que las obras del Evangelio tocan sus más íntimos sentimientos.
Los que chismearon (46). Siempre aparecen los otros, los “soplones”, como se les llama en varios de nuestros países.
Aunque sirven de cómplices para apagar el fuego del Evangelio que comenzaba a arder en algunas autoridades, contribuyen, sin saberlo, a esparcir el aviso de que Cristo hace obras maravillosas.
Los que se enfurecieron (47-48). No fue el pueblo, sino sus dirigentes religiosos y políticos, los que reaccionaron con violencia. Los “principales sacerdotes” pertenecían al partido de los saduceos.
Eran colaboracionistas del imperialismo romano, y aristócratas. A los fariseos, en cambio, lo más que les interesaba era que el gobierno les permitiera observar la Ley mosaica en sus mínimos detalles.
Dios utilizó a Caifás (49-53). Todavía hoy seguimos gozando de la bendita realidad, que expresó el sumo sacerdote con arrogancia innata y dominante, de que Cristo iba a morir por el pueblo.
Para pensar. ¿Por qué temen tanto los líderes religiosos (47-48)? ¿Cuál es nuestra actitud frente a la oposición?
Oración. Señor, líbranos del chisme y utilízanos más bien para ser tu voz.