La historia del fracaso de Pedro y de su restauración posterior, nos sirve de aliento. Jesús sabía que Pedro le fallaría, pero Él había orado específicamente para que la fe del discípulo no flaqueara. El Señor también le dijo de antemano que ese fracaso no sería el fin de la historia; que se levantaría otra vez y fortalecería a los demás.
Notemos una diferencia importante. Pedro falló, pero no era un fracasado. El Enemigo quiere que veamos nuestras fallas como parte de nuestra identidad, en vez de verlas como el resultado de nuestras acciones. Pero la verdad es que pertenecemos a Dios y nuestras fallas pueden realmente prepararnos para ser utilizados enormemente por Él.
En su mano, esos momentos de nuestra vida son herramientas para que avancemos en nuestro caminar. Para que el Señor pudiera moldear a Pedro como el líder fuerte y humilde en que habría de convertirse pronto, el corazón del discípulo debía experimentar la purificación que produce el quebrantamiento.
Cuando construimos muros alrededor de nuestro corazón para negar el acceso a Dios, estamos resistiendo el quebrantamiento y la sanidad. Si queremos que el Señor nos use, debemos permitirle que elimine lo que nos impida alcanzar nuestro máximo potencial.
Increíblemente, el fracaso puede ser el catalizador que nos lleve a tener una visión nueva de lo que Dios está haciendo en nuestras vidas. Él puede utilizar nuestros tropiezos para que nos enfoquemos en sus planes y sus propósitos para nuestra vida. El resultado será para la gloria de Dios, y una bendición para nosotros.