Karl Meninger dijo: “Lo mejor que el siquiatra puede hacer por sus pacientes es encenderles la llama de la esperanza”.
En cierto sentido, eso es lo mejor que el pastor puede hacer por su congregación. Algunos de los feligreses que asisten al culto lo hacen llenos de desesperación y de muchas otras necesidades, pero lo que más necesitan es la esperanza.
Una de las armas del ministro del evangelio es la esperanza. Las buenas nuevas que proclama al desesperado y al frustrado son de esperanza en un mundo de caos y confusión.
Al jubilarse cierto fabricante de cosméticos, se le pidió que revelara el secreto de su éxito. Al principio rehusó; sin embargo, al festejar el cumplimiento de sus setenta y cinco años de edad, después de un poco de insistencia, decidió compartirlo.
Dijo: “Además de las fórmulas usadas por otros consultores de belleza, usé un ingrediente mágico: nunca les prometí a las mujeres que mis cosméticos las harían hermosas, sólo les di esperanza”.
Cuando el evangelista Billy Graham visitó a Sir Winston Churchill, el gran estadista le preguntó: “¿Tiene usted esperanza?”
Nuestras congregaciones nos hacen la misma pregunta cada vez que estamos frente a ellas. Cuando tengamos el privilegio de hablarles, inspiremos en ellas esperanza.
Prediquémosles acerca de Cristo, la redención, la reconciliación y la renovación espiritual. Que nuestras palabras sean de vida, de esperanza y de paz.