Se cuenta de un comisionista que se dedicaba a la venta de plumas de fuente. Se acercó a un pequeño comerciante y le rogó que le comprara sus plumas. El comerciante le dijo:
- No puedo comprarle por ahora, pues tengo plumas.
- Pero éstas, - contestó el comisionista -, son de una marca especial, son excelentes. Cómpreme siquiera una docena.
Tanto insistió el agente vendedor que el tendero le dijo:
- Póngame una docena de esas plumas.
Cuando el vendedor comenzó a escribir la factura, el comerciante que era un hombre listo y observador, notó que la factura se escribía con una marca de pluma distinta a la que le ofrecía en venta.
- Cancele la factura – dijo el comerciante –, pues no deben ser muy buenas sus plumas cuando usted mismo no las usa.
Y esta anécdota nos señala que así también hay muchas religiones. Dicen tener muy buena marca, pero cuando llegan los problemas serios de la vida, no ayudan a resolverlos; resultan tan inútiles como las plumas del referido agente vendedor. La única mercadería que cuenta es la de Cristo.