Aliento Divino
El Señor Jesucristo no envía a nadie a guerrear a sus expensas. Él asume la responsabilidad de suplir todas las necesidades de aquellos que salen por su palabra a hacer su voluntad (Fil. 4:19).
Nadie jamás intentó conducir un negocio tan grande como el apóstol de los gentiles, porque nadie estuvo jamás más profundamente convencido de la riqueza y sabiduría de su SOCIO en el negocio.
He aquí, yo estoy con vosotros. En los siguientes textos tenemos una séxtuple revelación de cómo Pablo se vio alentado por su Señor y Maestro en sus grandes obras misioneras.
I. Por un llamamiento especial al servicio (Hch. 22:18-21). Fue mientras oraba en el templo de Jerusalén, poco después de su conversión, que oyó este llamamiento definido de Dios: «Ve, porque yo te enviaré lejos a los gentiles».
Nadie ha llevado a cabo una gran obra para Dios que no haya estado consciente de un llamamiento distintivo de Él para llevar a cabo esta obra. El servicio de Dios, como cualquier otro servicio gubernamental, implica una dedicación concreta, y un mutuo entendimiento en cuanto a las condiciones.
El Espíritu Santo, como representante de Dios en la tierra, es el único agente autorizado por Él para contratar trabajadores para su viña (Hch. 13:2; He. 5:4). Él fue alentado
II. Por una palabra especial de promesa. «No temas, porque yo estoy contigo» (Hch. 18:9-10). La fe en la promesa de su presencia es el secreto del valor y del arrojo en el servicio del Señor.
No dice Él que nadie se te opondrá, sino que «ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal», como testigo de Él. La promesa fue cumplida literalmente. Fue a menudo azotado, encarcelado y calumniado, pero como testigo de Cristo, nadie, ni hombres ni demonios, pudo dañarle.
Terminó su carrera con gozo, porque luchó la buena batalla de la fe. Escondidos en Dios, ninguna arma forjada contra nosotros podrá prosperar. Ésta es la herencia de los siervos del Señor (Is. 54:17).
III. Por un especial mensaje de aliento. «Ten ánimo, Pablo, pues… es necesario que testifiques también en Roma» (Hch. 23:11). Las nuevas de que le había sido legada una fortuna no hubieran sido ni la mitad de alentadoras para el corazón de Pablo en ningún momento como las de que le iba a ser permitido proclamar el Evangelio de Cristo también en Roma.
¡Cuánta consideración tiene nuestro Señor! Él está dispuesto de una u otra manera a dejar caer en los turbados corazones de sus santos alguna palabra que dé consolación y ánimo.
Él sabe como hablar palabra al cansado. Este Buen Pastor tiene una especial solicitud sobre aquellas ovejas cuyas vidas peligran por seguirle. La vida cristiana debería ser de gozo, porque todos los bienes son nuestros en Cristo Jesús (Ro. 8:28).
IV. Por una especial seguridad de salvación. «Pablo, no temas; … Dios te ha concedido todos los que navegan contigo» (Hch. 27:23-24).
¡Y qué don fue éste! ¡Qué triunfo de la fe y de la oración! ¡Qué aliento sería para él, en su futuro ministerio, para esperar grandes cosas de Dios, y ganar a muchas almas! Bienaventurado es el que cree, porque habrá cumplimiento de aquellas cosas que le fueron dichas de parte del Señor (Lc. 1:45). El que gana almas es sabio.
V. Por una especial distribución de poder. «El Señor estuvo a mi lado, y me revistió de poder» (2 Ti. 4:17). Cinco veces recibió los cuarenta azotes menos uno, y seis veces se manifestó el Señor a él en tiempos de necesidad.
Cuando todos los hombres le abandonaron (v. 16), avergonzándose de él y de su testimonio, su fiel y glorificado Maestro se mantuvo a su lado, como menospreciado y rechazado con él, pero poderoso para salvar y ayudar. Muchos misioneros en el extranjero saben lo que significa cuando se han encontrado solos luchando por la causa de Cristo.
VI. Por una especial provisión de gracia. «Y me ha dicho: Bástate mi gracia» (2 Co. 12:9). No le complugo al Señor quitar la espina, que para Pablo era un «mensajero de Satanás», pero sí que le complugo mucho darle otro tanto de gracia que le capacitaría para triunfar de una manera gloriosa sobre la aflicción.
Los siervos de Cristo no deben esperar que les sean quitadas las causas de cada dolor o dificultad; pero sí pueden esperar una gracia suficiente, como la marea ascendente, para levantar sus almas sobre los escollos amenazadores. ¿Quién no se gloriaría en sus debilidades para ser partícipe del poder de Cristo?