Ayudando a los Santos. Bosquejos Bíblicos para Predicar Hechos 14:19-28
«Una vez he sido apedreado»; este es el nombre de una de las medallas que Pablo recibió por su fidelidad a Jesucristo (2 Co. 11:25). No hay mucha distancia entre las alabanzas y las maldiciones de una multitud impía (vv. 18-19).
¡Ay de aquellos que buscan su felicidad en el favor de los hombres en lugar de en el favor de Dios! Fue quizá mientras Pablo estaba fuera de la ciudad de Listra, como muerto, que tuvo aquella «inefable» experiencia de ser «arrebatado al paraíso», si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé» (2 Co. 12:3, 4).
Si es así, veamos cómo el Señor puede compensar a sus sufrientes siervos para que ellos puedan «gloriarse también en las tribulaciones». Después de predicar el Evangelio en Derbe y de hacer muchos discípulos (v. 21), comenzaron su gran viaje de regreso, que estaba lleno acciones santas y coronado con abundantes resultados.
I. Fortalecieron los ánimos de los discípulos (v. 22). Ésta es una obra muy necesaria, si los jóvenes creyentes han de ser salvados de recaídas. Confirmar un alma en la fe es fortalecer aquella alma contra la tentación y los asaltos del mundo, de la carne y del diablo. Tratad tiernamente con los jóvenes convertidos, mostradles toda la armadura de Dios, y decidles cómo deben ponérsela. Dadle línea tras línea, y quizá un poco de vuestra propia experiencia, si tenéis alguna.
II. Los exhortaron a que permaneciesen en la fe. La fe cristiana es una lucha de fe. La FE, luchando contra los sentimientos, los fracasos y las apariencias. Como habéis recibido al Señor Jesús por la fe así andad en Él. Proseguid confiando en la promesa de Dios contra todo lo que parece opuesto, y tened a Dios por veraz, aunque haga de cada hombre un mentiroso.
Ésta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe. Hay una gran necesidad de fe, porque «es menester que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios» (v. 22). En el mundo tendréis tribulación, pero la fe se aferra a Aquel que ha dicho: «Mas confiad: yo he vencido al mundo».
III. Ordenaron ancianos en cada Iglesia (v. 23). Era necesario, en ausencia de los apóstoles, que se eligieran hombres idóneos y dignos de confianza como gobernantes y maestros. Es probable que fueran presentados mediante el voto del pueblo. No todos los hombres son idóneos para gobernar y para «trabajar en palabra y en doctrina».
Desde el principio ha habido aquellos que, por la gracia divina, y por una más completa consagración de sí mismos a Dios, han llegado a ser más cualificados para el servicio espiritual que otros. Desead, pues, celosamente los dones mejores.
IV. Los encomendaron al Señor. Después de ser llamados, fueron entregados al Señor como su propia propiedad privada, para que Él los empleara como lo considerara conveniente. ¿Crees tú que esto es algo duro? Es una gloriosa libertad. No sois vuestros, porque por precio habéis sido comprados.
V. Predicaron la Palabra (v. 25). ¡Ah, qué palabra fue esta la que llenaba y encendía sus almas con un deseo inextinguible de trabajar y sufrir por la salvación de los hombres y por la gloria del nombre de Jesucristo. Desde el día de la conversión de Pablo hasta el día de su traslación, nunca se le vio «fuera de servicio». Era tanto un testigo de Jesús fuera del púlpito como en él. «Para mí vivir es Cristo.»
VI. Refirieron cuán grandes cosas había hecho Dios con ellos (v. 27). Fue una maravillosa historia de gracia la que tenían que contar. El Señor no solo había hecho grandes cosas por ellos, sino grandes cosas con ellos.
Hay muchos que están siempre listos para decirnos lo que Dios ha hecho por ellos, pero más que nada anhelamos oír lo que Dios ha podido hacer con ellos. Si eres salvo, Dios ha obrado una gran obra por ti. Si estás consagrado, Dios hará una gran obra contigo.