Él vive «por los siglos de los siglos» (Ap. 1:18). No es tanto la indestructibilidad de su vida lo que queremos examinar como el PODER de la misma. Es:
I. Un poder transmisor de vida. La venida del Espíritu vivificador en Pentecostés es evidencia de ello. Cada pecador convertido es un testigo (Jn. 5:26) de que Él vive. La vida que El vive es también indestructible, «vida eterna».
II. Un poder que da certidumbre de paz. Él ha entrado mediante su propia sangre, aquella sangre que habla dentro del velo. Cállate, alma agitada: Él vive «siempre para interceder por ellos» (He. 7:25; cf. Col. 2:14).
III. Un poder fortalecedor. «Por cuanto Yo vivo, vosotros también viviréis» (Jn. 14:19, V.M. ). La vid siempre viva sostiene al pámpano que en ella permanece.
IV. Un poder confortador. «Yo sé que mi Redentor vive» (Job 19:25). Mi Redentor vive, aunque mis amigos en la tierra hayan quedado cortados por la muerte. Él sigue viviendo aunque sus valiosos y amados siervos no hayan sido permitidos continuar por razón de la muerte.
V. Un poder que da satisfacción al alma. «Puede también salvar completamente... viviendo siempre» (v. 25). «Si conocieras el don de Dios, ... tú le habrías pedido a Él, y Él te habría dado» (Jn. 4:10).
VI. Un poder suscitador de esperanza. Por cuanto su vida es indestructible, Él puede tomarse un cuidado sin fin de los suyos. Él puede perfeccionar lo que toca a nosotros llevando a su fin la buena obra que ha comenzado en nosotros, y en la Iglesia y en el mundo en general.
VII. Un poder que da testimonio de Cristo. El poder de su vida indestructible mora en cada creyente por el Espíritu Santo. Es un poder testimoniador al mundo de que Aquel que fue crucificado y sepultado está ahora coronado y glorificado. «He venido para que tengan vida» (Jn. 10:10). «A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Jn. 1:12).

