El Creyente Justo. Bosquejos Bíblicos para Predicar Salmo 37:10-34
En comparación con «la justicia de Dios», por naturaleza «no hay justo, ni aún uno». El hombre verdaderamente justo es aquel cuyas iniquidades han sido perdonadas, cuya naturaleza moral ha sido «enderezada», y que ahora vive la vida recta. La bienaventuranza de tal hombre está aquí hermosamente retratada.
I. Su poco es bendecido. «Más vale lo poco del justo, que las muchas riquezas del impío» (v. 16). Aunque haya poca harina en su barril, ésta nunca se acaba. Con su poco, tiene siempre la bendición de Jehová, que enriquece sin añadir tristeza (Pr. 10:22).
II. Es sostenido por el Señor. «El que sostiene a los justos es Jehová» (v. 17). Su fuerza no está en sí mismo, sino en la fiel y fuerte mano de su Dios (Is. 41:10). Es sostenido sobre las olas de la tormenta, como Pedro, allí donde nunca pueden ir los pies de los carentes de fe. «Yo he rogado por ti, que tu fe no falle» (Lc. 22:32). Él hace mis pies como de ciervas, para afirmarme en las más resbaladizas alturas.
III. Su herencia es eterna. «Conoce Jehová los días de los íntegros; y su herencia será para siempre» (v. 18). Si tiene poco sobre la tierra, tiene «una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos» (1 P. 1:4). Siendo heredero de Dios, es heredero de los goces y glorias eternos que le pertenecen a él; deleites a la diestra de Dios para siempre.
IV. Es misericordioso y lleno de gracia. «El justo tiene misericordia, y da» (v. 21). Ha aprendido por el ejemplo y el Espíritu de su Señor que «es más bienaventurada cosa dar que recibir». Le ha sido mostrada gracia y misericordia, y como él ha recibido de gracia, da de esa gracia recibida.
V. Nunca es abandonado. «Ya he envejecido, y no he visto al justo desamparado, ni a su descendencia mendigando el pan» (v. 25). El testimonio de este viejo es de lo más precioso y alentador: nunca ha visto aún al justo desamparado ni a sus descendientes en la miseria.
«Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa» (Hch. 16:31).
VI. Está dotado de sabiduría celestial. «La boca del justo derrama sabiduría… La ley de Dios está en su corazón» (vv. 30-32). Cuando la Palabra de Jehová está guardada en el corazón, entonces, del buen tesoro del corazón puede sacar muy buenas cosas (Mt. 12:35). «No sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que habla en vosotros.»
VII. Su fin es paz. «Considera al íntegro, y mira al justo; que la postrimería de cada uno de ellos es paz» (v. 37, RV). No tiene que orar la oración de Balaam, «Muera yo la muerte de los rectos», porque ya tiene la paz, la paz de Dios, y la bienaventuranza de los pacificadores es ya suya: es un hijo de Dios (Mt. 5:9). «Mi paz os doy» (Jn. 14:27).
VIII. Su salvación es enteramente de Dios. «La salvación de los justos viene de Jehová, … por cuanto en Él esperaron» (vv. 39, 40).
Es salvo por la gracia, por medio de la fe. No hay nada en sí mismo de que pueda jactarse; toda su salvación es resultado de haberse confiado a la misericordia y al poder de su Dios y Salvador.
Así como Daniel fue «sacado del foso, y ninguna lesión se halló en él, porque había confiado en su Dios» (Dn. 6:23), así nos salvará Él de este presente mundo malvado, porque en Él confiamos.