ELÍAS, EL AVIVADOR. Bosquejos Bíblicos para Predicar 1 Reyes 17:17-24
Había muchas viudas en Israel en tiempos de Elías, pero a ninguna de ellas fue enviado, sino a esta viuda en una ciudad de Sidón. ¿Por qué se refirió nuestro Señor a esto en el momento en que lo hizo (Lc. 4:25), si no para mostrarles precisamente que la salvación es por medio de la gracia de Dios, que se deleita en levantar a los menospreciados entre los hombres, y a los indignos a la vista de Dios?
Fue una maravillosa obra que el Dios de Israel había cumplido para esta pobre y solitaria viuda, no solo supliendo sus necesidades diarias, sino también al levantar a su hijo de entre los muertos.
Con verdad podría ella cantar «¡De la gracia, oh cuán deudora!» ¿Qué nos ha enseñado a nosotros la gracia de Dios que se ha manifestado para ofrecer salvación a todos los hombres? (Tit 2:11, 12). Ahora vemos en este hogar tan favorecido:
I. Una severa prueba. «Cayó enfermo el hijo del ama de la casa; y la enfermedad fue tan grave que no quedó en él aliento» (v. 17). La luz de sus ojos, la alegría de su corazón y la esperanza de su vida futura había quedado repentinamente cortada.
Se sienta con el hijo muerto en «Su regazo» (v. 19), pero el calor natural incluso del corazón de una madre es totalmente incapaz de devolver a estos ojos muertos la luz de un alma viviente. Tampoco podemos nosotros, con la fuerza del afecto natural, devolver a la vida a nuestros seres queridos que están muertos en sus pecados. «Sin Mí nada podéis hacer».
II. Una amarga queja. «¿Qué tengo yo que ver contigo, oh varón de Dios? ¿Has venido a mí para renovar la memoria de mi pecado?» (v. 18, V.M.). La muerte del niño había despertado dentro de ella algunas tristes memorias del pasado. No podemos saber con certeza cuál fuera este pecado. Puede que estuviera relacionado con el nacimiento del hijo. De todas maneras, su alma estaba profundamente agitada.
La presencia del «varón de Dios», la manifestación del poder y de la bondad de Dios en la diaria multiplicación de su puñado de harina, y la memoria de su propio pecado llenaba el alma de la mujer de la más profunda angustia. Es algo terrible ver la pecaminosidad propia bajo la luz de la gran bondad de Dios.
Cuando Simón Pedro lo vio, clamó: «Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador» (Lc. 5:8). es infinitamente peor recordar los pecados propios, como en el caso del rico, allí donde no hay «varón de Dios» para ayudar, ni mensaje de esperanza para un alma que se ha atraído la perdición (Lc. 16:25)
III. Una petición llena de gracia. «Él le dijo: Dame acá tu hijo» (v. 19). Aunque las duras palabras de la afligida mujer, acosada por su pecado, deben haber herido profundamente el corazón del «varón de Dios», sin embargo no demuestra impaciencia alguna.
No se queja, sino que con la ternura de un padre y con la fe de un gigante surgido del cielo, le dice: «Dame acá tu hijo», y tomó al muchacho muerto «de su regazo ». ¡Oh, varón de Dios! ¿qué puedes hacer con los muertos? Un VARÓN DE DIOS siempre actuará diferente de un mortal mundano ordinario, afrontando dificultades que parecen insuperables y tareas que son imposibles para los hombres.
IV. Un lugar de bendición. «Y lo llevó al aposento donde él estaba, y lo puso sobre su cama» (v. 19). El aposento debió ser un lugar en apariencia muy humilde, pero para este profeta, sacerdote y príncipe era el «Lugar Santísimo», la cámara de audiencia del Príncipe de la Vida y de Gloria.
La ventanilla de este aposento miraba directamente a la sala del trono del Eterno. Bienaventurado el hombre cuyo aposento está lleno del calor del aliento de Dios. «Cuando ores, entra en tu aposento, y a puerta cerrada, ora a Tu padre que está en lo secreto» (Mt. 6:6).
V. Una oración que prevalece. «Y Jehová oyó la voz de Elías, y el alma del niño volvió a él, y revivió» (vv. 21, 22). Al pedir a Dios que hiciera «volver el alma de este niño a él» de cierto pedía una gran cosa. Pero los hombres que afirman estar «en presencia de Dios» tienen que esperar grandes cosas de Dios.
La vida de la fe no puede quedar limitada a lo natural ni circunscribirse por los precedentes. Dios puede hacer mucho más allá de lo que pedimos o pensamos. Pero no solo pidió, sino que «se tendió sobre el niño tres veces». Con la fe de su corazón le dio también todo el calor de su cuerpo físico.
Su cuerpo, alma y espíritu estaban todos consagrados a esta gran obra de avivamiento. Hay muchos que oran por el avivamiento y que no extenderían su dedo meñique para levantar un alma del hoyo del pecado. Al «tenderse» se dio a sí mismo enteramente a la obra. Cuando Pablo quiso recuperar a Eutico, lo abrazó (Hch. 20:10). Hay muchos que se tienden sin la oración de fe, pero ello es tan vano como cuando Sansón «se sacudió» sin el poder del Espíritu Santo (Jue. 16:20, V.M.).
VI. Una confesión glorificadora de Dios. Cuando Elías bajó al niño y se lo entregó a su madre, ella le dijo: «Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca» (v. 24). El milagro en la tinaja no la convenció como el milagro en su hijo. La evidencia abrumadora de la veracidad de la «Palabra de Jehová» es que por medio de ella las almas pasan de muerte a vida, renacidas por la semilla incorruptible de la Palabra.
La muerte y el avivamiento de su hijo fueron el medio en manos de Dios para llevarla al conocimiento y amor de Dios; así, de nuestras más hondas pruebas pueden venir nuestras más elevadas bendiciones, y cuando vengan, confesémoslas honrada y gozosamente.