Acab, el altanero rey de Israel, había tomado como mujer a Jezabel, la hermosa pero perversa sidonia. Por medio de su influencia son muertos los profetas de Dios, y el culto de Baal queda establecido en la tierra como la religión nacional. Solo siete mil entre los miles de Israel permanecen fieles a Dios en sus corazones, y estos, por miedo al rey, se ocultan a sí mismos y ocultan su testimonio. Toda la nación parece abrumada por esta inundación de idolatría.
Pero en el pueblecito de Tisbe, en las tierras altas de Galaad, se encuentra un hombre, quizá un pobre campesino, cuyo corazón se ha enardecido de indignación, y cuyo celo por la honra de Jehová arde con santo fervor. Nos imaginamos oírlo en sus secretos ruegos delante de Dios que por causa de su Nombre reprenda la iniquidad de su pueblo y lleve a Israel sobre sus rodillas enviando sobre la nación un juicio de advertencia (Stg. 5:17).
Dios responde al clamor del Tisbita y allí mismo lo escoge como el instrumento de su mano, para volver a la nación de nuevo a la adoración a su Divino Rey. Y para cumplir esta obra es investido de toda la autoridad. «No habrá lluvia ni rocío en estos años sino por mi palabra». Los intereses y el poder de Dios son encomendados a este siervo, porque está totalmente consagrado a Él. Habiendo sido dotado de poder, sale a Samaria para declarar el mensaje de Dios a oídos de Acab. Nadie cumplirá mucho para Dios si no ha tenido en ciertos respectos una similar instrucción. Observemos:
I. Su posición. «Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy.» Y estaba como uno
1. QUE CREÍA EN DIOS. Su fe le daba la victoria sobre todo temor de Acab. Los que tienen a Dios delante de sí no actuarán cobardemente en presencia de ningún monarca terreno. Fue esta consciencia de la presencia de Dios lo que dio fuerza moral a Lutero y a John Knox. Después de Pentecostés, Pedro y Juan fueron llenos del mismo santo valor que Elías (Hch. 4:19, 20).
2. ACEPTADO POR DIOS. Elías se había presentado a Dios para poder ser un canal por medio del que Sus palabras pudieran llegar a los corazones de los impíos, y por medio de quienes pudiera manifestarse el poder de Dios. EL Señor aceptó este ofrecimiento, y lo llenó como vaso de barro con su tesoro divino (2 Co. 4:6, 7). Había logrado la victoria con su Dios en secreto, y ahora es recompensado en público. Muchos de los notables siervos de Dios han surgido repentinamente de lugares inesperados.
3. EN COMUNIÓN CON DIOS. Toda la fuerza del ser moral y espiritual de Elías estaba del lado del Dios de Israel. Había una unidad de propósito entre los dos. Toda idea de buscar lo propio quedaba seca por el fuego de la presencia de Jehová. Los que quieran servir al Señor tendrán una tarea muy ingrata delante de ellos si tienen cuidado acerca de sus intereses y honra personales. El secreto del valor y del poder en la obra de Cristo reside en conocer su voluntad y en deleitarse en cumplirla.
4. QUE ESTABA ATENTO A DIOS. Como los ojos de la criada se vuelven hacia su señora, esperando la siguiente indicación de su voluntad, así era la vida de Elías delante del Señor Dios de Israel. Que así estén atentas a Él nuestras almas. El lema de los moravos es muy sugerente, con el buey entre un altar y un arado: «dispuesto para ambos». Listo ya para el sacrificio, ya para el servicio, según el Señor lo disponga. Pero la posición de Elías delante del Señor no era de holganza, sino con aquella actitud valerosa de uno cuya vida era una protesta en contra del pecado popular de la nación: la idolatría. «Así alumbre vuestra luz» (Mt. 5:16).
5. QUE TENÍA LA AUTORIDAD DE DIOS. Él habla como si el poder de Dios y los recursos del cielo estuvieran a su disposición. «No habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra». Le habían sido dadas las llaves del cielo, y los tesoros del rocío y de la lluvia serían derramados solo cuando le pluguiera a él abrir la puerta. Esta arma que Dios había puesto en manos de su fiel siervo era de lo más terrible y eficaz. Los que guerrean las guerras del Señor nunca son mandados a la campaña a sus propias expensas. ¿No es el don del Espíritu Santo igualmente eficaz hoy en día para cumplir los propósitos de Dios para reivindicar a hombres para la comunión de su Hijo? Elías, como Jesucristo, hablaba como uno que tenía autoridad, porque tenía la autoridad de Dios para aquello que decía. Elías era un hombre «de sentimientos semejantes a los nuestros». Pero, ¿tenemos nosotros la fe de Elías? (Mr. 9:23).
II. Algunas otras lecciones.
1. Que Dios puede fácilmente encontrar al hombre que precisa.
2. Que el hombre escogido por Dios es frecuentemente preparado en secreto.
3. Que los grandes hombres vienen frecuentemente de lugares insólitos.
4. Que los enviados por Dios tienen siempre una misión definida.
5. Que el secreto del valor santo es «estar en presencia de Dios».
6. Que el juicio alcanzará a aquellos que desafían a Dios.

