LA PARÁBOLA DE LAS MINAS
Bosquejo Bíblico para predicar de Lucas 19:11-27
Lucas ha colgado las llaves de esta parábola fuera de la puerta para que las usemos. Nos da dos razones de por qué fue dicha: «Por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse inmediatamente».
Así que la parábola tiene referencia a los moradores de Jerusalén (los judíos), y a la venida del Rey. Vamos a hacer unas breves observaciones acerca de:
I. El Rey. Aquí recibe el nombre de «Un hombre noble» (v. 12). Este noble es el Señor Jesucristo, y desde luego Él es un hombre noble. Él es de alta cuna, porque nació de arriba (Lc. 1:35).
Como Hijo del Hombre es ciertamente el más noble de los hombres. ¿No fue David Livingstone quien lo llamó «un perfecto caballero»? Todas sus palabras y obras tienen el aura de la nobleza de Dios a su alrededor.
II. El viaje. «Se fue a un país lejano, para recibir un reino» (v. 12). Jesús fue a un país lejano cuando ascendió al Padre, y, como el Hijo del Hombre, está ahora recibiendo un reino para Sí (Dn. 7:13, 14).
Todos los que ahora creen en el Señor Jesucristo están siendo recibidos por Él, y son hechos para Él un reino (Ap. 1:6).
III. Los siervos (v. 13). Estos diez siervos recibieron cada uno una mina, y su misión estaba clara, «Negociad hasta que venga». Tenían que ocupar su puesto, y negociar con su don, hasta que Él volviera.
Esta parte de la parábola halló su perfecto cumplimiento en Pentecostés, cuando sus siervos, reunidos en el aposento alto, recibieron el don del Espíritu Santo dado por el mismo Maestro. Este don no fue dividido entre ellos, porque «se posaron [las lenguas] sobre cada uno de ellos» (Hch. 2:3, 4).
Cada uno recibió su mina, con la que tenían que negociar hasta que viniera. Es imposible para nosotros ocuparnos en Nombre de Cristo a no ser que negociemos con el don de Cristo, viviendo y actuando en el poder del Espíritu Santo.
IV. Los ciudadanos. «Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros» (v. 14).
Reciben el nombre de «Sus ciudadanos» (BAS) por cuanto Jesucristo era el heredero legal del trono de David, establecido en Jerusalén. Estos ciudadanos son tipo de todos aquellos que lo aborrecieron sin causa, y que, por la incredulidad y la soberbia de su corazón, no se quieren someter a su autoridad, sino que gritan: «¡Fuera, fuera!»
V. El regreso. «Aconteció que vuelto él… mandó llamar ante él a aquellos siervos» (v. 15). Lo primero que nuestro Señor hará, cuando regrese, será llamar a sus siervos para que den cuenta de cómo han empleado o descuidado su don del Espíritu Santo.
Es el tribunal delante del que todos nosotros, como siervos suyos, debemos comparecer (2 Co. 5:10). Somos aceptos en Él por la gracia, pero debemos trabajar en el poder del Espíritu si queremos ser aceptados por Él.
VI. La recompensa de los fieles. La salvación es por la fe, pero las recompensas del Rey venidero serán según nuestras obras. Vemos tres clases de siervos representados aquí (vv. 16-24). Todos ellos tenían el mismo don; cada uno tenía las mismas posibilidades a su alcance.
El primero tenía una gran fe en su mina, y ganó otras diez con ella. El segundo tenía poca fe, y logró ganar únicamente cinco. El tercero no tenía fe en ella, y solamente logró una reprensión de su Señor.
Esta aplicación es clara y corta hasta el corazón. Cada creyente en Cristo tiene el don del Espíritu Santo a su alcance, y debe negociar para Dios en la fuerza y poder de este celestial dinero en lugar y en Nombre del Señor. Él no nos envía a la batalla a nuestras expensas.
En esta «mina» hay una suficiencia total, mediante la que cada perceptor puede cumplir toda la voluntad y obra de su Señor ausente.
Los que negocian con sus propios dones en lugar de con este don de Dios serán ciertamente hallados como este hombre (v. 23), sin fruto a la venida de Cristo.
Si estamos trabajando para Cristo con nuestras propias energías y sabiduría, estamos escondiendo el dinero de nuestro Señor, y nunca seremos recompensados con su «Bien» (Mt. 25:21).
VII. La suerte de los incrédulos. Aquellos que «no querían que Yo reinase sobre ellos» debían ser degollados delante de Él (v. 27).
Todo aborrecimiento e incredulidad será juzgado cuando Él venga. Los que con sus corazones y vidas han dicho: «No este hombre», oirán un día aquellas terribles palabras de aquellos labios tan misericordiosos: «Apartaos de Mí, malditos». «Porque es preciso que Él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies» (1 Co. 15:25).