La Plenitud del Espíritu. Bosquejos Bíblicos para Predicar Salmo 51:11
David oró: «No retires de mí tu santo Espíritu» (Sal. 51:11). Todos los que, como David, desean vivir del todo para Dios, encuentran que es una necesidad indispensable la continuada plenitud del Espíritu.
Sin tal cosa, incluso un Sansón es débil como los otros hombres. Es el propósito de Cristo no solo darnos el Espíritu, sino que Él permanezca con nosotros para siempre (Jn. 14:16). En los textos que hablan de su plenitud, se emplean varias y sugerentes imágenes.
I. Como comisionado en una casa. «Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él» (Ro. 8:9). Allí donde el Señor sea rechazado, no habitará el comisionado.
El Espíritu toma posesión del corazón para Cristo, de manera que Cristo mora en nuestros corazones por su Espíritu. El Espíritu ocupa la morada hasta que Él venga.
Y cada casa (corazón) así ocupada es ocupada del todo para Cristo. Él debe tener la llave de cada puerta. Debe tener el empleo de todo el mobiliario. El mundo no le conoce, mas vosotros le conocéis, porque Él mora con vosotros, y estará en vosotros (Jn. 14:17).
II. Como un manantial en un pozo. «El agua que Yo le daré se convertirá dentro de él en una fuente de agua que salte para vida eterna» (Jn. 4:14). El corazón del hombre es por naturaleza como un pozo lleno de corrupción. La limpieza tiene que preceder necesariamente a la utilidad. Este manantial vivo dentro llena y da satisfacción a todo el ser. El pozo es hondo, porque el manantial está en Dios (Sal. 87:7).
III. Como un río en una fuente. «De su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu» (Jn. 7:38, 39). La bendición no se limita al pozo, sino que rebosa como refrescantes corrientes. El Espíritu que habita en nosotros debe ser como una fuente disponible para otros. Pero la corriente que salga sólo será en proporción al brotar dentro. «Sube, oh pozo» (Nm. 21:17).
IV. Como la savia en el árbol. «Vivificará también vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros» (Ro. 8:11). Es la subida de la vital savia lo que vivifica al árbol aparentemente muerto e inútil dándole vida y belleza, haciéndolo corpulento y floreciente.
V. Como las aguas en la mar. «Sed llenos del Espíritu» (Ef. 5:18). El Espíritu Santo debe llenar todo nuestro ser como las aguas llenan la mar. Entrando y llenando cada grieta, inundando cada golfo y abismo, limpiando lo sucio, y cubriendo todo lo inconveniente, y quiera así Él fluir sobre todo detalle de nuestra vida.
Y así como en la mar hay suficiente espacio para el ejercicio de todo ser viviente, así en el Espíritu hay amplio campo para todas las capacidades humanas.
VI. Como la fortaleza en el cuerpo. «Yo estoy lleno del poder del Espíritu de Jehová» (Mi. 3:8). Un hombre fuerte no se quita y pone su fortaleza según convenga a la ocasión. Lo lleva con él y en él.
Sencillamente, lo emplea, y cada parte de su cuerpo está llena de él. Está literalmente lleno de poder. Es el vapor que funciona en la máquina el querer y hacer. «Es Dios que obra en vosotros». Un hombre, no importa lo poderoso que pueda ser intelectual o moralmente, si no tiene el «poder del Espíritu» es, espiritualmente, solo un inerte cadáver.
VII. Como la gloria en el templo. «¿No sabéis que sois santuario de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?» (1 Co. 3:16). «Vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo» (1 Co. 6; 19). La gloria en el templo era como el tesoro en el vaso de barro.
Antes que llegara la gloria, Salomón era todo, pero después no fue nada. La presencia de la gloria era el símbolo de la habitación y ocupación divina. Y así el edificio vino a ser «El Templo de Dios».
De la misma manera sois vosotros el templo de Dios, poseído y ocupado para la gloria de su nombre. ¿Qué concordancia tiene el templo de Dios con los ídolos? Cuídate de contaminar este templo, «porque el santuario de Dios, el cual sois vosotros, es sagrado» (1 Co. 3:17).