«Siempre vence quien de lado de Dios está, Para él no hay ocasiones perdidas; La voluntad de Dios es dulce para aquel cuando A su costa le da el triunfo»
FABER
I. Su condición. Se contempla bajo dos aspectos diferentes:
1. SU SITUACIÓN ERA PLACENTERA (v.19). Hasta allí donde se trataba de los privilegios exteriores, todo era favorable. El suelo era rico en posibilidades, el clima era bueno, y el emplazamiento de la ciudad era deleitosa. ¡Qué imagen de un pecador en medio de circunstancias favorables! ¡Qué posibilidades no se encuentran al alcance del alma del hombre! «La situación es placentera» para todos aquellos que están rodeados con los privilegios del Evangelio. Pero estos, en sí mismos, no son suficientes.
2. SU TIERRA ERA ESTÉRIL. Por mucho que trabajasen, su afán no les reportaba satisfacción alguna. Aquellas aguas salobres nunca llegaban a satisfacer los deseos de sus corazones. Tal es el estado de aquellos cuyos corazones no han sido sanados por la Palabra de Dios. Los higos de la verdadera satisfacción y las uvas del santo gozo no pueden crecer entre los cardos y espinos de la naturaleza irregenerada del hombre. Del corazón salen las corrientes de la vida (cf.Stg. 3:11). De un corazón malo siempre brotará aguas amargas a la vista de Dios (Mt. 15:19, 20). ¿Quién hará limpio a lo inmundo?
II. El remedio
1. SU NATURALEZA. «Una vasija nueva, y... en ella sal» (v.20). Esta «nueva vasija» puede ser un emblema apropiado del Nuevo Testamento, con Cristo como la sal de la salvación en ella. El profeta aquí significa que la sal representa el poder salvador de Jehová (v. 21). Esta sal jamás ha perdido su sabor. «No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos».
2. SU APLICACIÓN. «Echó dentro la sal [en los manantiales de las aguas]» (v. 21). No trató de sanar las corrientes aparte de la fuente. Fue directamente a la fuente del mal. La sal no podría obrar ningún milagro de sanidad en la fuente hasta que entrara en contacto con ella. Los que tratan de establecer su propia justicia están tratando de purificar la corriente mientras que la fuente sigue sin ser sanada. No es Cristo en la Biblia el que salva, sino Cristo en el corazón. Nuestro Señor echó la sal en la fuente de la vida cuando le dijo a Nicodemo: «Os es necesario nacer de nuevo » (Jn. 3:7. «Tened sal en vosotros mismos» (Mr. 9:50 ). «Cristo en vosotros la esperanza de gloria» (Col. 1:27).
III. Los resultados.
1. HUBO SANIDAD. «Y fueron sanas las aguas» (v.22). Las corrientes quedaron sanadas, porque la cabeza de la fuente quedó regenerada. Haced el árbol bueno, y el fruto será bueno. Si las fuentes del corazón son puras, las corrientes de la acción serán puras y sanas. Las aguas puede que no lleguen a ser más copiosas de lo que eran, pero serán mucho más bienvenidas y beneficiosas. Así será con la manifestación de la vida cuando Cristo entre en la fuente del corazón y renueve las aguas de las acciones. Las aguas sanadas podrán correr en el mismo canal, pero ¡cuán diferentes los resultados! Es pasar de la muerte a la vida.
2. HUBO FERACIDAD. «No habrá más en ellas muerte ni enfermedad» (v. 21), y la tierra dejará de ser estéril. La muerte y la esterilidad se tornan en vida y feracidad cuando el poder del divino transformador entra en el ser. Es fácil dar buenos frutos cuando la enfermedad del pecado y de la impureza hayan sido quitada de la vida. El fruto es el resultado de aquello que somos más que de aquello que hacemos (Jn. 15:4 ). Un corazón impuro lleva a un corazón estéril. Estas aguas ponzoñosas fueron cambiadas repentinamente, no se hicieron mejores gradualmente. Era el poder expelente de un poder invasor. Si alguien no tiene al Espíritu de Cristo, el tal no es de Él.

