Las Pruebas de Job. Bosquejos Bíblicos para Predicar Job 1:13-22; 2:1-10
El mismo nombre Job significa perseguido. En sus singulares pruebas es prototipo de Cristo. Todo hombre perfecto tendrá su Edén que gozar, su Isaac que sacrificar, y su desierto de severa y prolongada prueba. Es a través de muchas tribulaciones que entramos en el la mayor plenitud y poder del reino de Dios.
Ninguna aflicción parece ser al presente causa de gozo, pero, no obstante, después rinde frutos apacibles de justicia a los que por ella han sido ejercitados. ¿Hubo alguna vez alguien más ejercitado acerca de sus angustias que Job? Pero, entretanto, observaremos:
I. El propósito de sus pruebas. En Job se cruzan dos propósitos. Uno era divino, y el otro satánico. Satanás dijo: «¿Acaso teme Job a Dios de balde? … Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia» (vv. 9-11). Satanás no creía que aquel hombre permanecería fiel a Dios si quedaba privado de todo goce material y terrenal.
Si Job vaciló ante tal prueba, Jesucristo no lo hizo. No tuvo donde posar su cabeza. Él fue el «Varón de dolores», pero siempre hizo aquellas cosas que agradaban a su Padre. Job, siendo totalmente inconsciente de que estaba siendo empleado de esta forma como un caso de prueba, debió sentirlo como una severa prueba de su fe.
Bien lo sabe el diablo, que si los hombres han de vencer el mundo por la fe, su poder queda quebrantado, y su reino perdido. Así ha sido desde el principio; los que quieren temer a Dios y apartarse del mal tienen que librar la buena batalla de la fe.
II. La naturaleza de sus pruebas. El carácter de las pruebas de Job fue de la peor clase. No hubo medias tintas. Cada prueba fue en sí una total catástrofe. Hubo:
1 LA PÉRDIDA DE LAS PROPIEDADES. Sus «siete mil corderos, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, y quinientas asnas» le fueron repentinamente arrebatados, o quemados con fuego del cielo. El más rico de los orientales quedó en un solo día en la más abyecta miseria. Esto, por sí solo, habría llevado a muchos hombres a una total desesperación.
2 LA PÉRDIDA DE LA FAMILIA. Sus siete hijos y tres hijas murieron de golpe de manera terrible (v. 19). Este juicio debe haber sido «un gran abismo» para el alma recta y sensible de Job (Sal. 36:6). No hay ley natural por la que puedan comprenderse estas obras de la providencia divina. El dominio de la fe, para el espíritu del hombre, está más allá de la naturaleza.
3 LA PÉRDIDA DE LA SALUD. «Salió Satanás… e hirió a Job con unas llagas malignas desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza» (2:7). Quedó cubierto de una repugnante enfermedad; no había nada sano en su carne.
Como Lázaro, estaba cubierto de llagas, «desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza». Esta aflicción corporal, como las otras, le vino repentinamente.
No tuvo premonición alguna de la proximidad de esta terrible enfermedad; ningún tiempo para fortalecerse mediante la oración frente a este asalto. Satanás tenía permiso para tocar su carne, y la tocó del todo. Con la excepción del Señor Jesucristo, porque en todo Él tiene la preeminencia, es dudoso que jamás hubiera un mortal que fuera puesto a tan dura prueba. Si no hubiera un elemento sobrenatural en la fe en Dios, no hubiera podido sobrevivir un choque así.
4 LA PÉRDIDA DE POSICIÓN. «El más grande entre todos los orientales» había llegado a ser el objeto más repugnante del Oriente. El que se había sentado entre los príncipes se sienta ahora «sobre las cenizas» (2:8). Se había visto privado de todo, excepto de su vida.
5 LA PÉRDIDA DE LA SIMPATÍA. «Entonces le dijo su mujer: «Aún persistes en tu integridad? Maldice a Dios, y muérete» (v. 9). Su mujer, el único consuelo que le quedaba, resulta ser un cáncer. Ella no puede comprender la fe en Dios en circunstancias así.
Los cristianos de bonanza siempre naufragan en una tempestad así. Este escarnio a través de su mujer fue el último esfuerzo del diablo para quebrantar la integridad de Job. Fue el envenenamiento de su última fuente de consolación en la tierra.
Job sondeó así la sima de sus sufrimientos, tocando el fondo de este gran abismo. La suya es ahora «una vida sin vida», un monumento acabado de aquel gran maestro del arte del mal. Y éste es el maestro que tantos se complacen en servir. Servir el pecado es ser esclavo del Diablo.
III. El efecto de sus sufrimientos. El resultado inmediato de estas terribles pruebas que desnudaron a Job de todo bienestar material fue una más clara revelación del hombre interior, espiritual. «Entonces Job… se postró en tierra en humilde adoración, y dijo: … Jehová me lo dio, y Jehová me lo quitó; sea bendito el nombre de Jehová» (1:20, 21).
Estas palabras, dichas por este preeminente sufridor, han descendido como un legado a los enlutados cada generación desde aquel entonces; en muchas lápidas funerarias se pueden leer como el lenguaje de un profundo dolor y de una sumisión que brota del corazón.
«Jehová… lo quitó». Job vio al Señor detrás de los sabeos y de los caldeos que cayeron sobre sus rebaños. «En todo esto no pecó Job con sus labios» (cap. 2:10). El hecho de que no escapara ninguna murmuración de aquellos ardientes labios en medio de tal horno de aflicción demuestra cuán completamente se había dado a sí mismo a Dios con todo lo que tenía.
«¿Qué? ¿Aceptaremos de Dios el bien, y el mal no aceptaremos?» ¿Acaso el dador de todo bien no tiene derecho a retener aquel bien o su propio beneplácito? ¿Qué tenemos que no hayamos recibido? Puede que Job no fuera profeta, pero él se halla «como ejemplo de aflicción y de paciencia» entre «los profetas que hablaron en nombre del Señor» (Stg. 5:10, 11).
Hay una vida que no consiste en las cosas que poseemos; es infinitamente superior a las mismas e independiente de ellas. Después de lograr un atisbo detrás de las escenas acerca del propósito de las pruebas de Jacob, tengamos en sumo gozo, por la fe, cuando seamos sometidos a «diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia» (Stg. 1:2, 3).