Pongámonos en su posición, como totalmente empobrecido e impotente, clamando por salvación. Llamemos a los sabios médicos del mundo, y preguntémosles: «¿QUÉ DEBO HACER PARA SER SALVO?» (Hch. 16:30).
I. El doctor ateísmo. «No hay Dios» (Sal. 14:1). «Todas las cosas permanecen como estaban desde el principio» (2 P. 3:4). No hay más allá, no tenéis por qué preocuparos por esto. En nuestra ansiedad le preguntamos: «¿Cómo sabe usted que no hay Dos? ¿Ha rebuscado en todos los rincones del universo para poderlo saber?» ¡Hombre mezquino! ¡Médico nulo!
II. El doctor agnóstico. La receta de este aspirante a sanador es: «Nadie puede saber nada acerca del futuro. Todo es incierto». Si yo no puedo estar seguro, ¿Por qué tengo una conciencia?? ¿Por qué anhelo y busco la certidumbre? Estoy consciente del pecado, ¿por qué no puedo estar consciente del perdón? Otro médico sin valor.
III. El doctor no infierno. Este viejo caballero, vestido con traje moderno, declara que no debes temer. «Dios es misericordioso, y nunca castigará a ninguno de los hijos de Adán». Pero me quedó asombrado. Si no hay juicio en el más allá, ¿por qué prosperan aquí los malvados? ¡Que no hay infierno! Yo me siento tan atormentado por una conciencia despertada que ya me siento en el infierno. Otro médico nulo.
IV. El doctor falsa paz. Este granuja de cara dulce y lengua empalagosa dice «Paz, paz, esto es solo una excitación; el tiempo es un gran sanador». Pero la tormenta interior no le obedece. Mi alma hambrienta necesita pan. Este «sáciate» cuando no hay nada que comer es un miserable consuelo. Es como decirle a un sentenciado a muerte: «Paz, paz, cuando no hay paz».
V. El doctor suficientemente bueno. Este hombre tiene unos modales que parece un ángel. Su receta para un alma convicta de pecado es: «Nunca le has hecho daño a nadie; siempre has pagado tu camino. ¿Qué más puedes hacer?». Pero yo estoy convencido de que he pecado contra DIOS, aunque el hombre no tenga nada contra mí. Su santidad me condena. ¿Cómo puedo yo, un transgresor de la ley, ser justificado con Dios. Tu diagnóstico es totalmente falso.
VI. El doctor actúa mejor. Este pretendido médico es muy locuaz. Es bien cierto, dice, que eres muy malo, pero debes tratar de actuar mejor en el futuro. Pero yo siento que mi misma justicia es como trapos de inmundicia delante de Dios; además, ¿cómo mi futura buena actuación podría borrar mi pasado culpable? Eres un médico sin valor.
VII. El doctor tiempo suficiente. Sí, debieras preocuparte por tu alma, pero no hay prisa; puedes salvarte en tu lecho de muerte. Pero, ¿cómo puedo saber que tendré lecho de muerte? La vida es incierta. La muerte puede caer repentinamente y sellar en una fracción de tiempo mi terrible condena para la eternidad. Eres un médico nulo.
VIII. El doctor demasiado tarde. Dice éste con un tono solemne: «Nada puedo hacer por ti. Debieras haber enviado antes por mí». Pero en la agonía de mi desesperanza yo clamo: «¿Es imposible para el Dios omnipotente suplir a mi necesidad?». ¡Fuera, miserables consoladores! Vana es la ayuda del hombre. ¡Oh, Cristo, Tú inmolado Hijo de Dios, a ti huyo para que Tú seas mi refugio!
En contraste a todos los anteriores, tenemos...
IX. El gran Sanador, que con una voz suave y apacible dice: «Venid a Mí todos los que estáis fatigados y cargados, y Yo os haré descansar » (Mt. 11:28). Su Palabra es con poder, y se da virtud sanadora. ¿Quién es tu médico? (Sal. 40:1-3).

